Capítulo 3

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París, Francia.

Se encontraba viendo a través del gran ventanal que daba al jardín, era un joven rubio, muy apuesto, vestía unos simples vaqueros y una playera, muy diferente a lo que usaba a diario.

Hundido en sus cavilaciones, jugaba con un fino anillo dorado, distinto al que llevaba puesto.

Adrien separó su vista del jardín y la dirigió a la cama intacta, cubierta con un fino plástico para evitar el polvo, luego al armario, lo analizó dos veces y se atrevió a abrirlo sólo para observar ropa y accesorios de mujer, de la que una vez fue su esposa, ella los había dejado ahí.

Cuando Marinette se fue sólo se había llevado la ropa que ella había hecho y lo que le pertenecía antes del matrimonio. Le había dejado todos esos vestidos de la marca de su padre, y las joyas que le había regalado a pesar de que ella había insistido en que no era necesario, pero que podía hacer la amaba demasiado y cualquier cosa no parecía suficiente. Abrió el cajón del buró, ahí estaban las cajas con las joyas, delicadamente acomodadas, ella le había devuelto todos sus regalos, incluyendo el primero.

A un rincón del cajón se encontraba el amuleto de la suerte que él le había regalado en el primer cumpleaños al que había asistido, y era el que más le dolía; no era un caro brazalete, lo había hecho él y sabía cuanto significó para ella, se lo había dicho millones de veces, y nunca lo dejaba en casa, ni siquiera para ir a una gala elegante, buscaba la manera de llevarlo consigo; él también lo había hecho, y aún ahora su amuleto lo acompañaba.

Llegó a un pequeño armario en el pasillo que llevaba a la sala, este era especial, ahí guardaban cosas que fueron muy importantes para ambos a lo largo de su relación, pudo ver una tarjeta en forma de corazón y una hoja de papel algo arrugada colgados en la puerta, en una repisa se encontraban una boina y una bufanda, en la parte de abajo apoyado en una pared ese mágico paraguas negro y colgados pulcramente uno al lado de otro un fino traje negro con un pañuelo verde y un hermoso vestido blanco, sencillo y elegante. Tomó el vestido del colgador y lo analizó con el tacto, también era un diseño de su lady, recordó toda la dedicación que puso en él y lo emocionada que estaba por crear su propio vestido después de que él le propuso matrimonio.

Abrazó el vestido como si así pudiera sentir un poco de ella, y soltó las lágrimas qué había estado acumulando en sus ojos, cometió un error, uno muy grande y ahora estaba más arrepentido que nunca.

Aquel día llegó furioso de la empresa, después de su descubrimiento lo único que quería hacer era reclamarle a su esposa, ella no se encontraba en casa y su coche tampoco, espero una media hora y la azabache llegó campante, recordaba esa sonrisa y ese brillo en su mirada, fue la última vez que vio esas expresiones que adoraba, pero él comenzó a gritar y reclamar, la azabache no entendía nada y le pidió que le dejara hablar, él no quiso escucharla y ella también comenzó a gritar; la estaba lastimando y era consciente de eso pero no le importó, a él también le dolía, le dijo entre otras cosas que era una caza fortunas y que no lo amaba, le pidió el divorcio y que se fuera, la dejó llorando en la sala y salió de la casa.

Condujo por la ciudad sin rumbo tratando de despejar su mente, hecho que le resultó imposible. Cuando volvió, ella ya no estaba, tampoco la mayoría de sus pertenencias, las llaves de Marinette y el amuleto que le había hecho estaban en la superficie de la mesita de noche y lo tomó, se tumbó en su lado de la cama como todas las noches, tomó la almohada que usaba Marinette la abrazó con todas sus fuerzas y lloró hasta quedarse dormido.

Los días siguientes fueron una tortura, la extrañaba demasiado, pero su orgullo no le permitía ir a buscarla, extrañaba su olor y sus caricias por las mañanas, la forma en que movía su nariz y sonreía cuando él la despertaba con delicados besos por su rostro, oírla cantar y acompañarla mientras preparaban el desayuno, el olor de las delicias que le preparaba, llegar cada noche y acurrucarse junto a ella para hablar de su día o simplemente quedarse callados disfrutando del contacto, ver sus pucheros cuando hacía un mal chiste de gatos, sentir su piel, sus manos y sus caricias en esas noches de desenfreno, bailar por las habitaciones de la casa perdiendo la ropa, la extrañaba demasiado y no se permitía admitirlo.

«Lie to me» (MLB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora