Prólogo - Parte I

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¿Que cómo me definiría en pocas palabras? Fácil: la oveja negra.

Siento empezar esta historia con tanto pesimismo, pero eso es lo que el mundo, o más bien cada ser humano que se cruzaba en mi vida, se empeñaba en dejarme claro. Una, y otra, y otra, y otra vez.

Sí, soy esa típica chica de instituto que no tiene un grupo de amigos. La solitaria, la estirada, la antisocial, la antipática, ... Cada uno lo llama a su manera. Pero antes no solía ser así.

De pequeña, era una niña feliz que le gustaba ir al colegio y estar rodeada de amigos. Me encantaba jugar a vivir mil y una aventuras imaginarias y reir juntos, y contarnos nuestras vidas y ocurriencias conforme ibamos creciendo. ¿Quién no quería estar así?

Pero además de eso, me gustaba el colegio porque me gustaba aprender. Quería conocer cómo funcionaba ese mundo que parecía ser tan inmenso. Quería saberlo todo para estar preparada el día que quisiera comenzar a explorar cada uno de sus rincones. Y no, no te imagines a mi yo de pequeña encerrada en casa empollando. Si acaso, me gustaba mucho leer, pero no enciclopedias. Me era muy fácil aprender y cogía todas las cosas al vuelo, así que después tenía tiempo de sobra.

¿Y a qué me dedicaba el resto del día? A cantar. Me pasaba todo el día canturreando por arriba y por abajo. La música me fascinaba y era como una amiga. Mi mejor amiga. Estábamos siempre juntas: en el coro, en las clases del conservatorio, en la ducha, por la noche de fondo mientras leía una de las aventuras de Sherlock Holmes...  Sé que la música no es algo material, pero cuando tocas un instrumento, o cuando cantas, la música lo envuelve todo. Te envuelve. Y es como si te pudiera incluso abrazar.

Nunca me veías sin una sonrisa en el rostro. No tenía razones para estar triste.

Hasta que todo se desmoronó.

Pareció que todo el mundo se dio un golpe en la cabeza en cuanto pusimos el primer pie en el instituto. Yo al menos no me lo di (que yo recuerde). Supongo que es normal que, al estar separados en distintas clases, empieces a conocer más personas, pero, ¿por qué el hecho de tener más amigos tenías que dejar de lado a los de antes? Pero es que no eraa solo pro distancia física, es que, de un día para otro, me empezaron mal cuando hablaba de mí y les repelía todo lo que hacía. Que si canto mal, que si era una exagerada con la música, que por qué sacaba tan buenas notas... Seguía viéndolos en el patio, pero ya dejaron de dirigirme la palabra hace un tiempo.

Y así es como empecé a vagar de personas a otras, buscado un lugar donde poder encajar y tener una vida social normal (o lo que nos decían que debía ser normal) pero no conseguí encajar en ninguna parte y, encima, las malas lenguas iban más rápido que yo y llegó hasta tal punto en el que la gente ya tenía una idea preconvebida sobre mí y no me daban ni una sola oportunidad. 

Un palo tras otro que acabó afectándome demasiado. Porque, claro, la primera vez puedes aguantar el tipo y decir que no es tu culpa. Pero ¿qué pasa cuando llevas unas cuantas? ¿No será que el resto tiene razón y que hay un problema en ti?

Ese pensamiento empezó a consumirme como si de un agujero negro se tratase, que me fue engullendo y engullendo hasta que acabé perdiéndome a mí misma. Adiós alegría. Adiós seguridad. Adiós a mi yo. No debía queedar nada de mí: nada de sacar buenas notas, nada de ir vestida con a mí me gustaba, y lo peor, nada de música, ni cantar ni tocar. Escondí mi forma de ser para "arreglar lo que había mal en mí".

Al final, me terminé odiando incluso más que el resto de la gente y decidí encerrarme en la celda de mi cuerpo y mi mente. Le di al piloto automático y dejé que pasaran los días, como el que ve despegar y aterrizar los aviones en el aeropuerto.

Caprichos del destino (ElRubius y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora