Prólogo

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Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no son míos, son propiedad de J.K. Rowling. La historia tampoco me pertenece, es de Inadaze22 y fue beteada por Julietta Regneey.

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Prólogo: Mentimos mejor cuando nos engañamos a nosotros mismos

Cuando Hermione era joven, alguien le dijo que la vida era el mejor maestro. Cada lección que enseña, cada prueba, permanecerían grabadas en su mente por la eternidad.

A los siete años eso le sonaba como un acertijo, pero las frases se le quedaron grabadas. Sin embargo, el significado de esas palabras, no las entendería hasta mucho más tarde.

Once años después, para ser exactos.

A los dieciocho años, la vida le había enseñado muchas lecciones inolvidables: El bien triunfa sobre el mal. Todo lo que necesitas saber lo puedes encontrar en los libros. No todo es lo que parece. Lo que no te mata te hacía más fuerte. Siempre es más oscuro antes del amanecer. Y no todas las personas que conoces en la vida están destinadas a quedarse contigo.

Pero esas no fueron las únicas lecciones que aprendió.

Hermione también aprendió que la honestidad era traicionera. Y por esa razón, dejó de ser honesta durante los siguientes cinco años de su vida. Nunca había salido nada bueno al decir la verdad. "La verdad duele", había dicho su madre, pero nunca había creído en esa afirmación; era algo demasiado ambiguo para ser considerado una cosa infalible. Al final, su madre había tenido algo de razón; la verdad era dolorosa. A medida que pasaban los años, parecía que la verdad también tenía una horrible forma de recordarle a Hermione su propia insignificancia en el gran esquema de la vida.

Bien, la verdad duele, pero las mentiras... las mentiras matan.

Las mentiras eran como un ladrón en la noche, envuelto en sigilo. Esperaron la oportunidad perfecta para atacar y castigar a alguien por sus pecados. Parecía que no importara qué tan lejos corriera un mentiroso o cómo intentaran limpiar su desorden, las mentiras siempre esperaban pacientemente para exigir su pago. Las mentiras hacían que el mentiroso mirara constantemente por encima del hombro, paranoico e inquieto. Incluso cuando pensaban que estaban a salvo, no lo estaban.

Hermione se consideraba más inteligente que el mentiroso promedio; había eludido la captura mejor que nadie. Por eso, estaba orgullosa. Hermione había sido educada para ser honesta y noble, la campeona de lo bueno y justo. Sus acciones y decisiones hace cinco años habían sido una masacre metafórica a la moral y a los valores que le habían inculcado sus padres, pero su deshonestidad no era el único problema. Ahora que había regresado, estaba agotada de tanta farsa; era fastidioso recordar qué mentira le había contado a quién.

Hermione no podía olvidar la verdad, sus mentiras eran agradables a oídos de los demás, pero brutales para su propio corazón. Y su corazón... bueno, no estaba segura de que le quedara uno. Todavía latía en su pecho, bombeaba sangre, pero estaba hueco, seco, posiblemente irreparable. No podía sentir mucho, solo desesperanza total.

No podía soportar sentir ningún tipo de remordimiento por las cosas que había hecho, ni necesitaba sentir las consecuencias o repercusiones de sus acciones, porque ya sabía lo que le habían costado sus mentiras.

Todo.

Su vida tal como la conocía.

Y no quería recuperar lo que había perdido.

Por esa razón, carecía de motivación para detenerse. Después de todo, a los mentirosos no les importaba la motivación o las consecuencias. Apreciaban la solución rápida que proporcionaban sus mentiras y luego se iban rápidamente. Pero Hermione sabía que las soluciones rápidas no duraban, especialmente en su caso. Era como usar un pañuelo para limpiar un derrame de petróleo.

Hace cinco años había empacado toda su vida y se fue porque no pudo limpiar su desorden. Aunque ya no tenía necesidad de correr. Ahora que había vuelto, todo lo que le quedaba eran las mentiras que había vivido y respirado durante tanto tiempo.

A veces casi se sentía culpable. Hermione supuso que la conciencia no era algo que tuvieran los mentirosos. Estaba segura de que su conciencia se había ido hacía mucho. Lo irónico era que sus mentiras no lastimaron a los demás. Vivían vidas felices e ignorantes, odiándola y por una buena razón. Ella, por otro lado, se quedó sola con la carga. Se tenían los unos a los otros y ella... no tenía a nadie.

Pero esas mentiras no eran las peores.

No, las peores eran las que se decía a sí misma.

No, ni siquiera le molestó que el mes pasado, cuando vio a Harry en el Ministerio, este se negara a hablar con ella, mucho menos a reconocer su existencia. Estaba bien con el hecho de que casi nadie se diera cuenta de que había regresado hace más de siete meses. Cuando vio fotos de Ginny, Harry y Ron, no le molestó que la hubieran reemplazado. Y cuando pensó en sus padres, el que hubieran muerto sin recordarla no le rompió el corazón. No, en absoluto. Ni siquiera le molestaba pasar su vida sola. Ella estaba bien.

Mentiras. Mentiras. Mentiras.

Había muchas otras mentiras que se decía a sí misma, cada una era tan dolorosa como la anterior.

El hecho de que se había obligado a pensar que estaba bien, eso requería talento. Lo que demandaba aún más talento era decirse a sí misma que la vida mejoraría ahora que estaba de regreso en Gran Bretaña. Era una habilidad bastante brillante la que había adquirido en su camino de autodestrucción.

Mentía mejor cuando lo hacía para sí misma.

En estos días, era tan fácil como respirar.

En un día cualquiera, podía mentirse cien veces a sí misma, mientras ignoraba la verdad de que se estaba muriendo por dentro.

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Fin del prólogo

Naoko Ichigo

DesgarradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora