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El miedo que se impregnó en lo más profundo de mi corazón, de no volver a ver el hermoso rostro de mi adorada Fryne o escuchar su dulce voz, me hicieron aferrarme a la vida con todas las fuerzas que me quedaban.

Recordar el ritmo frenético de ese momento, agitaba mi ser.

Y en medio de la acera, casi inerte, derramando el líquido rojizo del vivir, temía más a no volver a verla que a despedirme de la vida. Así de fuerte era lo que sentía por esa mujer.

Decidí luchar y no pensé en nada más que en Fryne, sabía que nadie iba a amarla tanto como yo y que merecía el mejor amor que pudieran darle; definitivamente era el que sentía por ella.

Por más que traté de abrir los ojos, me sentí encerrado en mi propio cuerpo y después de temer, una paz me invadió, dejándome envuelto en una hamaca que me mecía de un lado a otro, calmándome.

Mis ojos se abrieron pero sentía un enorme peso sobre mis hombros. La humedad del césped y el olor a tierra mojada llenaron mis sentidos; una mano muy tersa y fría sostuvo la mía, haciéndome estremecer.

En un abrir y cerrar de ojos vi el rostro de mi madre.

— ¡Madre! —Exclamé agitado por la sorpresa que me había dado.

Ella lucía tan hermosa como la recordaba; el castaño oscuro brillaba con  el resplandor que iluminaba ese día, su vestimenta era de un amarillo pálido y estaba descalza.

— ¿Dónde estamos? ¿Estoy muerto? —Ella no respondió, en vez de eso, me ayudó a levantarme de la grama.

Cuando me incorporé fijé la vista en esa pradera llena de césped del verde más brillante que había apreciado en mi vida. El azul del cielo era distinto, inclusive el blanco denso de las nubes no se parecía a nada que había percibido nunca.

—La respuesta es no, aun no estás listo para morir.  —Había olvidado lo alta que era y lo imponente de su presencia.

—Entonces ¿Qué hago aquí? —No sabía dónde estaba ni por qué estaba mi madre allí.

—Pero tampoco estás listo para despertar. —Agregó.

Todo era muy extraño y aún seguía con ese peso inusual en mis hombros que hacía mis pasos cada vez más difíciles.

— ¿Hacia dónde vamos?

—A atraparla a ella. —Señaló. Dirigí mi vista hacia el horizonte y vi ese cuerpo que nunca olvidaría, por más golpes que me diera la vida.

—Es Fryne. —Susurré hambriento de ella. — ¡Fryne! —Grité desesperado y corrí tan rápido como pude, tratando de atraparla pero ella era más veloz y solo dejaba el dejo tierno de su peculiar risa.

Corría desnuda, alejándose de mí.

Mis manos comían por tocar su piel suave y me frustraba no poder alcanzarla.

— ¡Quiero que la veas, madre!  —Decía agitado. — ¡Quiero que veas lo hermosa que es!

—Aun no es tiempo. Debes liberarte para poder alcanzarla. —Dijo caminando a mi lado.

La brisa fantástica daba un aire celestial a ese instante, convirtiéndolo en una especie de transe dentro de un universo distinto al mío, imperceptible para el ojo humano y en el que solo podía entrar el sentir de un alma que divagaba en pena, sin rumbo fijo.

—Pero... ¿Liberarme de qué? Yo soy libre.

— ¿Eso crees?

—Lo sé. —Me plantó una mirada de profundo amor e incluso, podría decirse, de pena y lástima. 

—Entonces tenemos un largo camino que recorrer.

Sostuvo mi mano, apretándola con fuerza y todo empezó a dar vueltas.

Y volví a un día cualquiera, de mi infancia, cuando todo era felicidad y mi madre aún vivía más que en mi memoria.

Caminábamos alrededor de la fuente en el jardín, ella esperaba a Christian.

<< ¿Quieres que sea niño o niña? >> —Preguntó, sosteniendo mi mano mientras yo saltaba enérgico.

<< ¡Un niño! >> — Exclamé.

Sonrió.

<< ¿Por qué niño y no niña? >>

<< Porque así tendré un hermano con quien jugar >>

<< Eso es muy fácil. Si es una niña tendrás una hermana para protegerla >>

<< Pero mamá, jugar es más fácil que proteger >>

<< Eres muy listo >>

Ella sostuvo su espalda baja con presión y calló al piso en medio de un sollozo lleno de dolor.

<< ¡Mamá! >> —Grité asustado.  << ¡Ayúdenme! ¡Por favor! >> —Corrí hacia la casa con lágrimas en mis ojos.

—   ¿Por qué me muestras esto? —Pregunté con palabras curtidas de tristeza y miedo.

—   Porque es hora de que aceptes que nada de lo que pasó fue tu culpa.

Me quedé en silencio y ella sostuvo mi mano. Todo comenzó a dar vueltas una vez más y llegamos a nuestra casa, nuevamente.

Mi madre descansaba en cama, y yo iba a verla cada día.

<< Perdóname mami >> —Pedí.

<< No tienes que pedir perdón si no has hecho nada malo >> —Recosté la cabeza en su regazo y como era común en ella, revolvió mi cabello, despeinándolo.

—Fue un embarazo difícil. Estuve en cama casi por completo y mi salud mental comenzó a decaer.

—Mamá yo...

—Nadie es culpable de lo que sucedió. La naturaleza es como es y tiene formas distintas de accionar. —Me interrumpió.

— ¡Pero no estás! ¡Es algo que nunca podré cambiar! —Grité lleno de rabia.

—No tienes que cambiarlo, solo aprender a vivir con ello. Yo no voy a volver. Es hora de que dejes de sufrir por esto.

—No puedo. —Dije.

Volvimos a la pradera, con esa brisa y con la risa de Fryne resonando en forma de un eco tan singular.

Mamá y yo estábamos sentados en el césped, uno frente al otro, mirándonos a los ojos. Me abrió los brazos y me acerqué a ella, recostándome en su regazo como en ese recuerdo que estaba tan aislado en mi memoria.

Revolvió mi cabello.

Tomó mi cara y la alzó a su vista.

—Si puedes, es solo que aún no estás listo.

La Desnudez de Hunter (Hunter's Trilogy 2).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora