—Rick, ponme otra —mascullé mientras me frotaba la sien para aliviar el dolor de cabeza.
Sentado sobre un viejo taburete en el peor bar de todo Colorado, una horrible canción western me taladraba los sesos mientras esperaba al gilipollas de mi mejor amigo que, como siempre, llegaba tarde. Rick dejó con brusquedad una jarra de cerveza contra la superficie de madera. Alcé la cabeza y le di las gracias con un gruñido. Después de tomarme un gran trago, pude notar cómo se me iba incrementando el puto dolor de cabeza que arrastraba desde hacía semanas. Acabó la jodida cancioncita y empezó otra, para mi desgracia, mil veces peor.
Los primeros acordes de un contrabajo se me clavaron en el cerebro como cuchillas y, cuando el cantante empezó a silbar, quise arrancarme los oídos para terminar ya con esa tortura. Resoplé y le di otro gran trago a mi jarra de cerveza. Frente a mí, Rick fregaba con poco entusiasmo un par de vasos que cuando dejó de mala manera sobre el escurridor resultaron estar llenos de manchas. Me pregunté por qué seguía viniendo a este sitio y cómo no había cogido la lepra todavía.
Cansado de la puñetera canción que además de odiosa era pegadiza, levanté la mirada de mi jarra de cerveza para pedirle a Rick que quitara esa mierda y cambiara la emisora de una puta vez. Justo cuando abrí la boca volví a cerrarla. El corazón me dio un vuelco. En ese momento pensé que moriría, allí mismo, de un infarto con veinticinco años y una larga lista de cagadas a mis espaldas. Pero no, el vuelco desapareció y en su lugar solo quedaron latidos rápidos que parecían llenos de... ¿Emoción? Me estaba volviendo loco.
Me giré de mala manera, buscando entre los clientes quién cojones estaba cantando la puta cancioncita. A mi alrededor solo había viejos y borrachos. ¿Qué cojones? Fui incapaz de dejar de observar mesa por mesa como un puto loco. Mis ojos se toparon con los de un hombre con una gran barba oscura y cara de mala hostia.
—¿Y tú qué miras, gilipollas? —dijo bruscamente.
—Nada, colega. La canción que tiene puesta Rick está muy bien, ¿eh? —le dije.
—Es una puta mierda —contestó con una mueca de asco.
—Estamos de acuerdo, colega —dije alzando la jarra de cerveza.
Él hizo lo mismo y le dimos un largo trago. Pero algo cambió cuando el amargo líquido atravesó mi garganta. Esta vez no noté cómo mi subconsciente se aletargaba cada vez más, sino que mis sentidos intentaban agudizarse. Mi cerebro iba por libre y seguía empeñado en descubrir quién era la dueña de esa maldita voz. Sí, dueña. En aquel bar de mala muerte había una mujer. ¿Por qué? Ni puta idea, pero pensaba averiguarlo.
—Rick.
Él apartó la vista de los tenedores que estaba fregando y me miró con desgana.
—¿Qué quieres, chico?
—¿Oyes esa voz?
Casi pude ver diversión en sus ojos.
—Sí, chico, se llama radio. ¿Quieres que te regale una por Navidad?
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Girls hate singers ✔️ [Singers #2]
RomanceCole Miller no quiere volver a enamorarse, y menos después de llevar más de cinco años obsesionado con la novia de uno de sus mejores amigos. Abby Johnson está harta de los rumores que la acompañan allá donde vaya. Quiere huir de su propia vida, pe...