Parte sin título 11

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                                                                    Capitulo once

Después de comer un rico salmorejo y una ensalada de frutas del tiempo, pongo a mi hijo Ale a ver

dibujitos, mientras que Merche se mete en su dormitorio para, supuestamente estudiar para los

exámenes finales. Paco y yo recogemos la cocina y charlamos tranquilamente como hacemos muchos

días:

— ¿Dónde pongo la ensaladera Eva?

—En las puertas de abajo del mueble de salón. — Le señalo a Paco mientras voy metiendo las

cosas en el lavavajillas y organizando la cocina. — ¿Quieres café?

—Si, por favor, pero con hielo, que hace mucho calor.

Pongo la cafetera para hacer el café mientras termino de pasarle un paño a la vitrocerámica y

limpio la encimera de la cocina.

—Bueno, cuenta para cuándo habéis quedado Sara y tú. — Le pregunto sin parecer ansiosa a Paco.

—Hemos quedado para el lunes. He tenido que reorganizarte la agenda porque Daniel quería tener

la reunión lo antes posible. Quería ponerla el sábado, pero todos les dijimos que tú no querrías

tenerla un día festivo, ya que para ti eran sagrados. Que la podíamos tener, pero que tú no acudirías.

— Me dice como si nada, dándome un guiño de ojos y sonriéndome. Este se huele algo y está ansioso

porque le cuente.

—Me parece bien el lunes. Tengo el fin de semana para terminar de perfilar algunas cosas que me

faltan, así como terminar el presupuesto para el contrato de mantenimiento que es lo que

verdaderamente se va abordar en la próxima reunión y es lo que más me interesa. Este proyecto es

realmente interesante. Y lo que es más importante, nos asegura trabajo para un año.

—A ti lo que te parece importante es que te asegura ver la cara de Daniel durante un año. Conmigo

no intentes fingir, que nunca se te ha dado bien.

—Pero, qué dices, estás loco si piensas eso. Ya sabes que a mí las relaciones sentimentales no me

interesan. Además, que no tengo edad, ni tiempo. ¡Ni loca! —

—Pues lo sonidos que salían de tu despacho esta mañana no decían lo mismo.

Me quedo blanca no, lo siguiente. Y no sé qué contestar.

—Tranquila, sólo yo los escuché. Salí de la sala de juntas un momento para atender una llamada y

cuando volví a la sala, puse algo de música ambiental para que no se os escuchara. Ahora cuenta

todo, todo. No me omitas ningún detalle.

—En realidad no hay nada que contar.

—Sí, y yo soy un monje de clausura que habito en un monte alejado de la civilización. ¡A otro con

ese cuento! Que no me lo creo. Yo sé lo que vieron mis ojos en Barcelona y sé lo que escuché esta

mañana en tu despacho. Así que más te vale que comiences a largar antes que lo haga yo.

El dia que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora