Capítulo 2: La mañana siguiente...

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Me desperté a las 10: 45 am gracias al canto de mi padre en la ducha. Siempre cantaba la misma canción: When Im sixty four de Paul McCartney. Sin embargo no tiene sesenta y cuatro años, sino cuarenta y cinco. En fin, yo seguía estirada en mi cama despejando mi mente, saliendo del coma.

Hasta que escuché gritar a mi madre despertándome del todo:

- ¡Nat, levántate! –gritó- hoy es un hermoso día para salir. No para estar echada en la cama. ¡Arriba!

A regañadientes me levanté, pateando las sábanas para quitármelas de encima. Me levanté y sin querer me tropecé con las mantas haciendo un estruendoso ruido al caer.

- ¡Mierda! –mascullé mientras me incorporaba. Mierda que golpe.

- ¡Nat! ¿Estás Bien?- gritó mamá desde la cocina.

- ¡Bien!- contesté sobándome la rodilla. Seguro se me hará un bonito moretón.

Me puse mis pantuflas y bajé a toda prisa hacia la cocina, aún con el pijama puesto. Ignorando el dolor punzante de la rodilla. Encontré a mi mamá haciendo panqueques con mantequilla. Iba vestida con su remera favorita de los The Beatles, además del delantal, unos jeans desgastados y zapatillas blancas.

- ¿Qué fue ese ruido?- preguntó con el ceño fruncido mientras me entregaba un plato lleno de panqueques.

- Me tropecé -respondí sin aguantarme la risa- mira mi moretón. Se llama morita. 

Mi mamá empezó a reír negando con la cabeza. Buscando otro plato para los panqueques de papá.

- ¿Por qué tan divertidas? – preguntó mi padre entrando a la cocina vestido con su camisa de cuadros y unos pantalones de vestir con unos zapatos relucientes negros- ¿Me he perdido de algo?

- De nada –contesté reprimiendo la risa-  quiero decir, sí. Te perdiste de mí primera caída en la casa.

- Aja ¿fue ese el ruido como si una bolsa de papa caía al suelo?- preguntó burlonamente.

- Mmmmhaam- balbucí mientras tragaba un trozo de panqueque. Tragué- gracias por llamarme bolsa de papa, papá. 

Me guiño un ojo mientras aceptaba el plato de panqueques de mamá y le daba un beso en la mejilla.

- Nat –me habló mamá seria- ¿has dormido bien? ¿Ningún mal sueño?

- No mamá, dormí bien- mentí con una sonrisa falsa. Mi madre asentía aún seria. No sabía si me creía o no. Pero enseguida aparté la mirada de ella y me concentré en mi desayuno. 

- Okay…- murmuró papá- hoy saldremos a conocer un poco la ciudad. Y compraré el caballo para Nat. 

Mi rostro se iluminó con la noticia. Un caballo. ¡Me iban a comprar un caballo! 

- ¡Sí!-aullé entusiasmada-¡gracias papi! -Me paré y lo abracé con fuerza. Él me devolvió el abrazo igual de fuerte.

- De nada Nat, te lo mereces- murmuró entre mi hombro. Me aparté para que pudiera terminar su desayuno y yo el mío. 

Dando saltitos de alegría volví a mi lugar y terminé mi plato.

Comí el último bocado de panqueque y tomé el último trago de jugo para luego subir arriba y cambiarme. Estaba emocionada, al fin en tres años voy a tener una mascota. La última que tuve murió atropellada. Salté de mi butaca y subí corriendo por las escaleras. Antes que nada debía bañarme, sentía la piel pegajosa por el sudor de anoche. Por la pesadilla. Era la primera vez que les mentía sobre mis pesadillas. No quería arruinar su día. Por el momento no se los contaría, al menos que encontraran marcas en mi cuerpo. A veces cuando despertaba de la pesadilla tenía marcas, como si las antiguas heridas provocadas volvieran aparecer. No aparecían los cortes frescos sino las cicatrices rosadas, luego se desvanecían. Mágicamente.

Pesadillas Reales La Maldición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora