La historia de Heidi es la de una pequeña huerfanita que es llevada por su tía a vivir con su pariente más cercano, su abuelo, que vive recluido en una cabaña en los Alpes. Heidi también se hace amiga de un niño pastor, Pedro, con quien sube a las m...
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(Mercado, Dörfli)
Periódico
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Los ojos de Heidi fueron abriéndose lentamente gracias a un rayo de sol que se colaba por la cortina de la ventana y la estaba molestando. A su lado estaba Pedro que dormía plácidamente, sonrió al verlo tan tranquilo y sin preocupación alguna. Pero se le estaba haciendo algo extraño la falta de preocupación por parte de ella, se había quedado dormida en casa de Pedro y el abuelito no sabía nada.
—Oh no.
Se levantó en el aire de la cómoda cama de su "mejor amigo" quien por un lado estaba tan dormido que nunca se dió cuenta del brusco movimiento de la pelinegra. Buscó su calzado y luego su abrigo, antes de salir del cuarto de Pedro lo observó una vez más. Sonrió en sus adentros y se fue de allí sin más. Salió por la puerta principal de la cabaña y a paso rápido se dirigió a la casa del pueblo. Era un día soleado para ser invierno, casi no había nieve pero de todas formas se sentía el frío. Acostumbrada al clima de su hogar siguió caminando.
—Abuelo!—dijo Heidi cuando ya había llegado y logró divisar al viejo sentado con su pipa.
—Espero que tengas una buena explicación jovencita.
Heidi paró en seco, creía que el abuelito no sería tan directo ya que esos días había tomado la noticia de su relación amorosa con Pedro de lo más normal y pura calma tal y como lo hizo la tía Brígida.
—Lo siento. Nos quedamos dormidos—dijo Heidi con un poco de nerviosismo en su voz. El abuelito la miró por unos segundos y luego sonrió.
—No te preocupes pequeña. Se que estás en buenas manos y además confío mucho en ti—Heidi suspiró aliviada luego de oír esas palabras.
—¿Necesitas algo?
El viejo le pidió un par de cosas a Heidi del mercado, ella encantada fue a hacer sus mandados. Nunca le molestaba un favor del abuelito. Y para ser honesta hacía mucho tiempo que no se dirigía para la parte comercial del pueblo, desde que terminó el verano Heidi había estado en sus cosas sin parar (contando todos los hechos que fueron ocurriendo) y sentía que ya era hora de organizar sus tareas tanto obligatorias como responsables y de casa, a veces la segunda opción no era necesaria porque el abuelito se ocupaba la mayoría del tiempo, pero ella también era parte de aquella vida. Por ende, sentía la necesidad de ayudar.
No se quejaba, la gente en el pueblo siempre fue muy amable claro. Sin mencionar esos momentos cuando apenas tenía cinco años y solían ser algo metiches por el tema de que se quedaría con la persona más gruñona en el mundo. Sonrió orgullosa al poder desmentir aquella creencia hace rato y demostrarles que el viejo de Los Andes era mucho más que una mueca sería y semblante.