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(Caja, pertenencias)

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(Caja, pertenencias)



La caja



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La muchacha se levantó de su asiento, muy estremecidamente, al escuchar su nombre ser pronunciado por aquella voz femenina que conocía muy bien. Dio media vuelta para reencontrarse con los marrones ojos de Dete, pronunció un "tía" y se acercó a ella. Por supuesto que la mujer la recibió con uno de sus mejores abrazos. Se podía decir que cada vez que la tenía cerca, sentía una gran calidez que nadie más le transmitía. Sentía una especie de instinto maternal. Y Heidi algo muy cercano a una figura materna.

—Hola mi pequeña, no tan pequeña claro—dijo Dete separándose pero tomando a la pelinegra por los hombros, ambas rieron.

—Como estás tía?—dijo siendo cortes pero con mucha curiosidad.

—Ahora que estás aquí, de maravillas—la sonrisa de Dete con sus blancos dientes era de oreja a oreja, quería ver a su sobrina por donde sus ojos fueran capaces de captar la mayor calidad del rostro de Heidi. Analizando todas sus facciones—Que piel más delicada tienes y tu cabello es tan oscuro, me recuerdas tanto a tu madre...

Heidi no se esperaba aquella declaración, creía que tardarían en tocar ese tema, ya que nunca lo habían hecho antes y para ser la primera vez iba a tratar de sacarlo con lentitud. Pero que su tía haya ido directamente al grano le facilitó el trabajo y respondió a muchas de las preguntas que había anotado. El parecido genético.

—Mi madre?—pudo pronunciar, Dete se quedó mirándola solo unos segundos más hasta que reaccionó.

—Por qué no nos sentamos? El té se enfría y tenemos muchas cosas de qué hablar—ofreció la mujer.

Fue un punto en contra para la jovencita, quien sabía perfectamente que ir de frente podría ser algo descortés de su parte y más con un tema delicado que nunca antes había sido mencionado o muy pocas veces contado por encima.

Heidi tomó asiento con ayuda de su tía quien esta vez fue ella quien le acercó la silla, fue un gesto adorable. Le daba algo de pena aceptar ese tipo de afectos tan puros de la elegancia, tenia como ocho años cuando la señorita Rottenmeier la obligaba a acercarle la silla, después de eso, se sentaba como quería. Era una total libertad que pudo darse al regresar a las montañas.

—Dime, tu abuelo te acompañó hasta aquí?—preguntó Dete, quien luego comenzó a toser falsamente—Oh discúlpame, que tonta. Cómo está tu abuelo primeramente?

La pelinegra quiso restarle importancia a lo que acababa de oír y respondió: —Muy bien, y no. El no me acompañó. En realidad fue Pedro quien lo hizo.

—Pedro, tu amigo verdad?

—S-si, el es muy servicial—dijo Heidi sonrojándose levemente al recordar que antes de irse lo había llenado de besos.

Mountain | Heidi&PedroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora