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(Dete Sessemann, mansión)

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(Dete Sessemann, mansión)








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—Fin.—cerró la página del libro.

—No me gustó.

—No entendí el final.

—Podría ser otra historia?

Heidi estaba fuera de sus casillas, generalmente sabía como contener niños pequeños, ya lo había hecho mil veces antes pero aquella vez no tenía ánimos de soportar a nadie. Su hora estaba por terminar así que no se molestó en buscar otro libro y leer.

—Nos vemos el Jueves—Heidi se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta. Estaba exhausta, levantarse temprano para asistir a clases y luego almorzar con rapidez para ir a trabajar no era un plan de día que le agradase mucho. Además de todas las quejas que tenía que soportar de niños caprichosos. Otra cosa para agregar era que le habían dado tarea para casi un mes de resolución, pretendía hacerla al pie de la letra si quería halagar al maestro de química y quitarse aquel problema del camino.

No había pensado en cómo hablar con Julie Mills acerca de su descarado artículo en el periódico, quería ser ruda y a la vez respetuosa. En su cabeza rondaban las palabras más inteligentes para que aquella chica de cabellera rubia y rizos entendiera que escribir sobre la vida y privacidad de alguien está más que mal.

Y Pedro. Pedro, Pedro y Pedro... sabía que el castaño siempre fue muy raro en todo sentido. Pero cuando se trataba de ellos a veces su rareza era diez veces más extraña que otras.

Acaso ya se había agobiado después de leer aquel patético artículo? El cabrero era conocido así desde tiempos inmemorables en el pueblo, ahora es más que un joven con problemas amorosos. Sumándole que no sabía como expresarse, eso hasta costaría más que hablar con Julie.

Pero Heidi se había cansado de pensar y querer solucionar todo al momento. Trataba de relajarse pero desde el día anterior que su cabeza no paraba con el irritante dolor.

Es por eso que se estaba dirigiendo a buscar dinero para unas pastillas, al menos para mantener su conciencia tranquila y dormir un poco.

—No ha parado desde ayer en la siesta—le informó al viejo.

—Te haré un té de hierbas—dijo tomando un tazón para moler—Siempre ayuda.

—Está bien—dijo Heidi, miró hacia la ventana y pudo observar una sombra seguido de un golpe en la puerta.

—Carta para Heidi!—gritó Pedro desde el otro lado de la casa. El viejo abrió la puerta y se pudo divisar al castaño con un sobre en su mano y una sonrisa sin dientes, dió un paso adelante y entró.

Mountain | Heidi&PedroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora