(TN) vive con su padre Gold D. Roger y su hermanastro Portgas D. Ace, en las a fueras de una ciudad de Estados Unidos. Su padre sufre una depresión y, finalmente, es internado en un centro psiquiátrico. Los dos hermanastros deben trabajar para sacar...
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(Narra Law)
—No quiero que te vayas.
No pude frenar aquellas palabras. Una parte de mí pensaba que, si no las decía, tal vez podía acabar perdiéndola o haciendo que se alejara de mí poco a poco.
No es que estuviera enamorado o algo así, pero me apetecía sentirle cerca. No tenía intenciones de que aquello acabara, fuera lo que fuera. Y no me apetecía reducirlo tan solo a sexo esporádico. Quería ver si era posible dar un paso más, aunque no estuviera claro lo que pudiera pasar.
—Bueno, entonces... ¿Subimos otra vez?
Me pareció notar cierto brillo en sus ojos. Incluso se le escapó una pequeña sonrisa durante unos segundos. Tal vez ella también sintiera algo. Mierda. Me sentía estúpido.
Hice un gesto al taxista, que acababa de parar frente a nosotros. Respondió con un gesto obsceno, una reacción bastante normal. Le habíamos hecho perder el tiempo.
Subimos de nuevo en silencio. Este continuó hasta que entramos al piso.
—Voy a avisar de que me quedo a dormir —dijo, mientras sacaba el móvil del bolsillo, tras dejar el abrigo en el perchero.
—Voy a buscarte una camisa para que uses de pijama —comenté, antes de poner rumbo a mi habitación.
Al final, acabamos en el sofá, cubiertos por una manta y viendo una película de miedo que ella misma eligió. No me entusiasmaba el género del terror. Ese tipo de películas solía ser bastante predecible, en especial las más modernas. Buscando el susto fácil y los sonidos fuertes para hacerte saltar del asiento. Sin embargo, a ella parecía hacerle ilusión y a mí no me gustaba ningún tipo de película en particular.
Estaba disfrutando. Miraba la pantalla con emoción, sin apartar la vista. De vez en cuando su cuerpo daba un espasmo cuando había algún susto y me apretaba ligeramente el brazo. Sinceramente, no me estaba enterando mucho de la película. No podía parar de mirarla a ella de reojo.
—No irás a dormirte después de haber elegido la película, ¿verdad? —pregunté, bromeando, cuando una hora después se tumbó y apoyó la cabeza sobre mis piernas.
—Claro que no. Solo estoy cambiando de postura —respondió ella, indignada.
Un rato después, casi cuando llegó el final de la película, noté que movió la cabeza ligeramente y el que unos mechones de pelo le cayeron sobre la cara. No se los apartó, así que decidí hacerlo yo para comprobar que, efectivamente, se había quedado dormida. Aunque lo hubiera considerado una falta de interés en cualquier otra persona, en ella me pareció algo adorable.
Suspire mientras me masajeaba una de las sienes. Me sentía algo abrumado con toda aquella situación. No entraba en mis planes tener sentimientos por una chica en edad universitaria. No me gustaban los cambios ni los imprevistos y sentía que aquella especie de relación iba a estar llena de lo segundo.
