La cazadora

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Al igual que durante toda su vida, ella fue paciente.

Contó cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana y cada mes, pero fue paciente.

Le tomó un tiempo hallar el lugar perfecto, evaluarlo hasta familiarizarse con él para que se convirtiera en terreno seguro y para que pudiera trazar un plan que le permitiera deshacerse de sus perseguidores.

Los bosques de Georgia no solo contaban con tres ciudades aledañas que le sirvieron para enloquecer al trío de mafiosos, enfurecerlos hasta que quedaran ciegos por la rabia y el deseo de destruirla, sino que también le brindaron un refugio apacible en medio de pinos y montañas. Se trataba de una destartalada cabaña que le rentó a dos civiles huraños, dueños de un bar, ellos solo pidieron el dinero y no le hicieron demasiadas preguntas, ni siquiera se inmutaron cuando le solicitaron su documentación y ella deslizó más billetes sobre la barra.

Se convirtieron en un pilar fundamental en días posteriores a su asiento pues se trataba de un grupo de traficantes de licor, drogas y armamento que estuvo feliz de recibirla al ver que contaba con los medios suficientes para pagar todo lo que les encargaba. Claro que eso fue luego de que intentaran robarle y ella tuviera que deshacerse de dos o tres a mano limpia para dejarles en claro que no estaban lidiando con una niñita problemática cualquiera.

El día en que ellos estacionaron una camioneta con toda su mercancía, Jelly finalmente respiró con calma y comenzó su trampa.

Dejó de cambiar su aspecto, si bien seguiría oculta hasta calcular todos los detalles, necesitaría ser reconocida. El cabello rubio fue desapareciendo conforme pasaba el tiempo, siendo lentamente suplantado por su negro natural y, cuando volvió a estar medianamente largo, lo cortó a la altura de su barbilla, desde entonces así lo mantuvo. Comenzó a pasear a menudo por los tres poblados contiguos, se dejó ver, realizó gestos delante de los comerciantes que ella sabía que recordarían en caso de que les preguntaran, liberó algún que otro dato falso sobre su paradero y también soltó algunos que eran ciertos.

Se preparó.

Miró a las noticias con atención cuando supo que su carta había sido entregada y sonrió con satisfacción al ver que su nombre no estaba en ella, por eso lo había escrito a lo último, sabía que Yuqi no sería capaz de delatarla y sabía que eso haría que todas las sospechas recayeran en ella.

Vendrían con todo lo que tenían y los estaría esperando.

En las tardes, cuando se tomaba un respiro y salía a caminar por los bosques, su cabeza regresaba a la mañana en que tomó ese papel y escribió letra por letra, tranquilamente podría haber obviado sus datos pero no lo hizo... Por alguna razón deseaba que Yuqi supiera quien había sido antes de transformarse en Jelly, ella no podría contárselo.

En medio de aquellos paseos llegó a toparse con su único vecino, un viejo esquivo y ermitaño que no intentó cruzar ni media palabra con ella. Al principio lo tuvo en la mira, no podía arriesgarse a dejar ningún cabo suelto, pero pronto acabó por ignorarlo al ver que no representaba ninguna amenaza. Pensó que se trataba de un cazador, había trampillas por todos lados en el bosque, hasta que lo descubrió liberando a las presas que caían en ellas, si el animal estaba demasiado lastimado lo tomaba en brazos y lo llevaba a su covacha, días después lo podía ver soltándolo.

A Jelly se le ocurrió que probablemente le tocaría testificar cuando toda esa pesadilla terminara y ella ya estuviera lejos, libre y lejos.

El día en que sabía que la encontrarían se levantó con el alba, caminó sin prisa a revisar su propia trampa de cacería cerca de la curva del risco y comprobó que su interruptor funcionara tres veces, luego volvió a la cabaña, abrió el baúl de la camioneta y acomodó con cuidado los cartuchos de dinamita que obtuvo con ayuda de los traficantes. Ya no quedaba un solo billete en su bolso, todo cuanto tenía lo había invertido en cosas que ayudaran a asegurar su libertad.

No day but TodayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora