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A la mañana siguiente, Anaïs y yo nos encontrábamos sentadas en la cafetería de al lado de mi piso. Anaïs se removía incómoda en su asiento, la silla sobre la que se sentaba tenía una pata un milímetro más alto, por lo cual se balanceaba hacia un lado cada vez que se movía. Gruñía entre risas, ya que tenía siempre la mala suerte de sentarse sobre las sillas rotas.

—Yo creo que el mundo me ha echado un maleficio, siempre me tocan las sillas rotas.—me recordó, en su cara dibujada una sonrisa afectada.

A Anais se le veía tan feliz, su cara le brillaba mucho y en general daba un buen aire. Sus raíces rubias naturales volvían a asomarse tímidamente por el pelo rojo teñido, dejando en evidencia el tinte pelirrojo.

Yo, por el otro lado, tenía ojeras oscuras bajos mis ojos castaños y una expresión de disgusto a todas horas. Llevaba días sin poder pegar ojo, mi mente daba vueltas con tantos pensamientos y preocupaciones que sentía en mi corazón que no volvería a ser feliz en mi vida. Sostenía con el puño de mi mano sobre mi mejilla la cabeza, con la otra mano agarraba mi móvil buscando algún mensaje de Auron.

<<Nada. Era casi como si se hubiera olvidado que su amiga había estado en el hospital.>>

Anais notó como dejaba a un lado la magdalena y el café que me había comprado, y ella mejor que nadie sabía que yo solía siempre desayunar con ganas. Me apartó el móvil con la palma de la mano, intentando que le mirase a los ojos.

—Ainoa, ¿qué pasa?—

Rápidamente metí mi móvil en el bolsillo, agarrando con las dos palmas la taza de café ardiendo para sentir el calor en las manos. Agachaba la cabeza, dejando que mi pelo pelirrojo natural me cegase, tenía tanto sueño que no podía concentrarme en Anais, mi supuesta novia.

—Nada, no es nada. No he dormido bien.— admití.

La chica de pelo rojo teñido pasó sus dos manos y se recogió el pelo en una coleta baja, analizando su entorno, buscando una manera de hacerme reír para olvidarme de todo lo ocurrido días anteriores. Finalmente, se fijó en el hombre regordete y de mejillas rosas detrás del mostrador, que le entregaba a los demás sus pedidos en bolsas grandes de papel.

Anais intentó contener una carcajada, pero soltó un pequeño gruñido.

 —Ese tío... Se nota mucho que los dulces sobrantes se los come él.— se burló del hombre en alemán.

Alcé la vista para ver al pobre hombre del que se reía, que al no entender alemán no tenía ni idea de que se metían con su sobrepeso. El hombre sonriente de mejillas rojas hablaba con una clienta, entregándole un café con un donut de chocolate. Años atrás, me reía de aquellas personas distintas a mí, pero había madurado mucho y ya no me divertía reírme a costa del físico de los demás.

 —Pobrecito, Anais, déjale en paz.— dije con un tono molesto, volviendo a agachar mi cabeza.

Anais alzó una ceja, sorprendida.

 —Pero si esos chistes te hacían muchísima gracia.— me recordó.

 —Sí, con veinticuatro años, ¡tengo treinta!— espeté. 

Anais sabía que estaba empeorando mi humor, y que no estaba consiguiendo lo que tanto deseaba. Yo había madurado muchísimo, tenía otro sentido del humor que no era siendo cruel hacia los demás. Era muy hipócrita por mi parte quejarme de aquellos que me hacían bullying por mi pelo pelirrojo, y después reírme del físico de los demás por la calle.

Mi supuesta novia notó como volví a sacar mi teléfono al sentir una vibración ligera en el pantalón. Pensaba que sería Auron, pero vi que sin más se trataba de Sonia preguntándome si iba a comer fuera. Suspiré, dejando los ojos en blanco.

—¿Qué estás esperando? Tienes los ojos pegados al móvil.— comentó.

Decidí ser sincera.

—Es Auron, parece que no se preocupa para nada sobre mí. Acabo de salir del hospital y ni siquiera me pregunta qué tal estoy.—

Anais se irguió ligeramente al oír el nombre de Auron. Se percató, cruzándose de brazos y esquivando mi mirada, como si quisiera evitar el tema.

—Es un hombre, son así. Te digo, todos los hombres con los que he salido han sido vagos, ignorantes, estúpidos...— enumeró con los dedos de la mano. —Las mujeres somos mucho mejores, como amigas y amantes. Nos entendemos una a la otra.—

Acercó su mano para ponérmela encima de la mía, pero la alejé, aún preocupada por la actitud de Auron. Auron no era como los demás hombres que decía Anais, siempre se preocupaba por mí. Era muy extraño su comportamiento, le debía de pasar algo para no mandar un simple mensaje.

—Pensaba que era mi amigo.— musité.

Aunque sí que era cierto que Auron me atraía mucho físicamente y psicológicamente, le veía también como un buen amigo en quién podía confiar. Me sentía muy traicionada, ya que sentía una conexión extraña con él, como si le conociera de hace bastante tiempo, como si ya hubiéramos sido amigos.

—¿Auron? ¿Tu amigo? Por favor, Ainoa... — sacudió la cabeza Anais, como si me estuviera contando algo muy obvio.

Gruñí.

—Claro que era mi amigo, igual que Inma y Sonia.— expliqué.

Naomi se pegó la frente con la palma de la mano, agobiada.

—Dios mío, ¿sabes quiénes son tus amigos? ¡Laila era tu amiga! ¡Yo soy tu amiga! ¡No esas españolitas!— exclamó Anais, molesta.

Alcé de nuevo la cabeza. Anais se comportaba como una niña pequeña que no conseguía lo que quería. Ella no sabía nada sobre mi relación con Inma y Sonia, ¿cómo se atrevía a insultar a mis amigos si ni siquiera se molestaba en conocerlas?

—¿¡Pero qué demonios te pasa?!— elevé la voz. —¡Conozco a Inma desde que era pequeña!—

Anais soltó una carcajada ante mi respuesta, cruzándose de brazos.

—Sí, venga, no te acuerdas de nada antes de los diecinueve años.— se burló.

—¿Sabes qué? No, no me acuerdo de mi infancia. ¡Pero tampoco me acuerdo de haber hecho las paces contigo! Siguiendo esa lógica, no deberíamos estar juntas.— me defendí.

Los ojos de Anais se agrandaron al oír aquella frase, y se sentó derecha en su silla. Sabía que le había pillado, y que debía de buscar algo que decir para evitar que yo saliese de su vida de nuevo.

—Vale, vale. Lo siento.— se disculpó Anais. —Estoy estresada, lo siento.—

—No entiendo por qué te comportas así.— murmullé, pero me oyó claramente.

—No lo sé, ¿vale? Te veo que estás más preocupada por tus nuevos amigos que por mí.—

—Tienes.... ¿Celos?— dudé.

Anais no contestó, y vi que le había dado al clavo. Antiguamente, me gustaba sus celos, me hacía sentir que yo era única en su vida y que realmente me quería. Al crecer y madurar, vi que los celos siempre se interponían en una relación y era una cosa muy tóxica. Odiaba cuando no podía hablar sobre un amigo, porque inmediatamente tenía que callarme la boca y cambiar el tema.

—Anais, ¿acaso has cambiado?— musité, pero de nuevo me oyó.

—¡La Ainoa de hace una semana me perdonó!— me recordó.

—La Ainoa de ahora no sabe por qué demonios lo hizo.— murmullé, y esta vez no lo oyó.

Pelirroja De BoteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora