Dueles

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El hotel tenía la facilidad de contar con un elevador, era divertido, parecía estar viviendo en un shopping.

Los turistas que se alojaban allí bajaban desesperados por el almuerzo sin embargo yo, seguía observando cómo se amontonaban en el salón de comidas.

El día estaba pesado e incluso podía sentirse dentro del hotel. Salí en busca de aire fresco.

La piscina estaba llenísima, todavía no la había estrenado, cada vez que molestaba a Lara para darnos un refresco, ponía la excusa de su cansancio.

Sola no era la opción.

Me acerqué hasta la barra de madera y pedí un jugo de frutas —el más pedido, por favor— le comenté al personal para que sepa que no entendía ni jota.

Ya me había acostumbrado a estar sola en el sector de la piscina, incluso algunos días en el gimnasio, pero una oleada de pensamientos hizo que cambiara de parecer.

Los días pasaban, seguía enamorándome de Brandon cada día más, pero el regreso a casa no lo había pensado, ni siquiera en el momento de enamorarme.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al saber que la mitad de los días ya estaban realizados y que toda la magia podía perderse en cuestión de días. Mire al cielo y luego cerré los ojos, como si la vida hubiera pasado en forma de tren, pero solo sabia una cosa: No saber cómo escapar.

Temí por mi vida y la de Brandon, por nuestra relación que era tan... especial. ¿Ves que eres idiota, Sofia?

Una hora había pasado cuando mis Converse negras estaban pisando la alfombra de entrada, toque timbre dos veces. Nadie respondió. Volví a levantar mi mano y seguí insistiendo, una vez más.

— Sofia— apenas pudo entenderse mi nombre en su gran bostezo, sus pelos estaban de punta y la pereza era contagiosa

— Lo siento Max, ¿Brandon...?

— No. Él no está. Salió por tema del trabajo, pero... dijo que volvería en treinta minutos

—¿Hace cuánto fue esto? — pregunte desesperada — Exactamente cinco minutos

Maldecí en silencio

— Lo espero— me encogí de hombros e introduje mis manos en el bolsillo trasero de mi jean.

Max se rasco la cabeza y me dejo pasar. Todo estaba en orden y el perfume de Lili todavía merodeaba en el aire.

Sabía que era su horario de trabajo, pero la urgencia estaba primero: mis sentimientos.

Max me había ofrecido un vaso de agua, jugo, gaseosa y hasta un café, pero no me apetecía. Se encogió de hombros y subiendo las escaleras me señalo donde estaba todo por si decida cambiar de opinión.

Asentí con una leve sonrisa y opté por quedarme parada, inmóvil y con el temor de la silenciosa casa.

Mire la hora, dos minutos menos. Volví a recorrer los cuadros del living: vacaciones, graduaciones y cumpleaños.

Brandon tenía el don de sonreír en todas las fotos desde muy chico, a pesar de los problemas y que para mí eso no es ser hipócrita, eso es ser valiente.

Quería llevarme conmigo casi todas donde el aparecía, pero... ¿Para qué? Antes de ahogarme en mis pensamientos fui por un vaso de agua.

Me impactaba el orden y limpieza de la cocina, me pregunte si Brandon era capaz de hacerlo. De un sorbo tome casi todo, estaba abrumada.

A un beso de distancia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora