Valiente

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Oscuridad. 

Las horas, los minutos y los segundos pasaron sin que yo tomara conciencia de ellos. No podía detenerlos, ni mucho menos retrocederlos, no importaba cuanto lo deseara. 

Al tener una madre parcialmente ausente, no fue díficil evadir mis responsabilidades sin ningún tipo de regaño. Estar encerrada en mi cuarto me hacía sentir segura, estaba muy asustada para salir, y mucho más si tenía que ir al colegio. Eso signicaría tener que enfrentarme a todas las miradas expectantes. Para estos momentos, ya todos de seguro sabían que había sido yo la que herí a Brandon y quién sabe cuanto. 

No, de ninguna manera saldría de este lugar. Era un monstruo, merecía estar a oscuras. 

Trate de distraer mi mente pintando, pero lo único que lograba trazar en el lienzo eran llamas inmensas de fuego. Muy pronto la papelera se llenó de bocetos no terminados. El hambre se estaba convirtiendo en un dolor agonizante pero no podía arriesgarme a salir para buscar comida, simplemente no podía. Sentía que no estaba lista para ver a nadie a los ojos, ni siquiera mi madre quien estaba ajena a toda esta situación. 

Por eso razón, hacía oídos sordos cuando oía que tocaban la puerta, sabía quiénes eran. Evite a toda costa rendirme al mundo de los sueños, la voz de Polo me estaba llamando, casi como un susurro dulce y lejano. Oír su voz en mi mente me producía un gran dolor, no puedo ni imaginarme lo que debe de pensar de mi. 

Necesitaba estar sola, encerrada en la oscuridad, hasta que estuviera segura que no le haría daño a nadie más.

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El dolor lentamente me consumía, era el hambre lo que me destruía, parecía irracional estar haciéndome esto por haber herido a alguien, quien se lo merecía, sin embargo el miedo a lo desconocido me volvía loca. Estaba de harta de tantas preguntas sin respuestas. Tenía miedo de lo que podía hacer y de cómo es que podía hacerlo. Deseaba que todo fuera un mal sueño. 

De repente oí la puerta principal abriéndose de un golpe y me alarme, ¿sería mi madre?, tenía que serlo, aunque ella nunca abriría la puerta de esa manera, al menos que estuviera ebria. 

Me senté con las pocas energías que me quedaban y observe curiosa como el pomo de mi puerta se movía, alarmada quise ver quien entraba pero se me hizo imposible. Mis párpados ya se cerraban, pronto estaría inconsciente, lo sabía. La falta de sueño y comida pasaron factura y no alcancé a ver quien por fin me veía. 

Estaba una vez más en el bosque, aturdida por la brillante luna. Me encontraba sentada en la grama, indefensa y debilitada. Dos figuras se asomaron desde la esquina y sentí una gran clama al ver que eran mis fieles compañeros.

-Arvak, Aslvid -los salude con cariño 

Ambos me miraron con expresión entristecida, uno relinchó furioso al verme confundida y el otro se acerco para que le diera una caricia. 

-todo va a estar bien- aseguré pasando mis dedos entre su pelaje. Todo va a estar bien. Me repetí a mi misma. 

Abrí los ojos lentamente , abrumada por la luz que entraba por la ventana. Lo primero que sentí fue algo húmedo en la frente, luego me percate al mirar a mi alrededor que no estaba sola y que esta no era mi habitación. Ante mi estaba un hombre alto y musculoso, con una gran barba y gesto desconfiado. Me quitó una banda verde de la cabeza.

-con que al fin despiertas- anunció sin pizca de emoción -Toma- dijo ofreciéndome un plato de comida, me senté y lo colocó con brusquedad en mi regazo 

Hijo de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora