En mi mundo, donde las emociones fluyen con la misma intensidad que las canciones de amor verdadero, cada día es una montaña rusa de esperanzas y desilusiones. Soy una soñadora, buscando mi lugar en el implacable mundo de la moda, aferrándome a la creencia en la transformación y en la magia del romance, aunque a veces el dolor supera al placer. Luego está él: Guido, un pibe cuya imperturbabilidad lo convierte en la encarnación de la figura rockera que, en su mundo de riffs y letras afiladas, no se sensibiliza más allá de lo necesario para crear una buena canción. Es una fuerza de la naturaleza en su ámbito, una presencia implacable que mantiene sus emociones bajo llave, relegándolas a las notas de sus composiciones. En la intersección de nuestros mundos tan diametralmente opuestos, me encuentro atrapada entre el ideal de lo que podría ser y la cruda realidad de lo que realmente es. Mis sueños de un amor que transforma chocan contra su realidad de desinterés calculado, creando un campo de tensión que desafía cada expectativa. Mientras yo navego por las tormentas emocionales de la vida, él permanece firme y constante, como una roca en medio de un mar agitado. La distancia entre nuestra realidad y nuestro deseo se convierte en el terreno donde se juega nuestra historia, un tira y afloja entre el anhelo y la realidad. Y aunque todo parezca imposible, me veo en la encrucijada entre salir con el corazón roto o intentarlo y que sea la mejor historia que podrían leer. Cada decisión podría llevarme a una nueva dimensión de emoción o a un final inevitablemente doloroso.
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