Toma 23: ¿Querer?

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El alcohol empezaba a surtir efecto, y con cada trago que tomaba, sentía cómo la tristeza y la bronca se volvían un poco más borrosos, aunque nunca desaparecían del todo

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El alcohol empezaba a surtir efecto, y con cada trago que tomaba, sentía cómo la tristeza y la bronca se volvían un poco más borrosos, aunque nunca desaparecían del todo. Era un intento desesperado por adormecer el alma, por apagar esa voz interior que me recordaba constantemente la realidad: Tony, mi hermano, yendo directo a la cárcel, las palabras de Victoria resonando en mi mente, y el miedo a que Guido realmente fuera lo que ella decía. Sentía el corazón roto, la angustia como un nudo en la garganta que no me dejaba respirar bien.

La sensación de desolación era abrumadora, como si el mundo se hubiera vuelto un lugar oscuro y hostil donde ya no tenía cabida la esperanza. Cada sorbo de mi trago era un intento de llenar ese vacío inmenso que se abría en mi pecho, pero solo lograba hundirme más en la desesperación. Las lágrimas amenazaban con salir, pero me aferraba al vaso con todas mis fuerzas, como si al hacerlo pudiera mantenerlas contenidas.

Hacía mucho frío, y apenas estaba abrigada. Mis manos se helaban al contacto con el vaso frío y mi nariz estaba roja por el aire gélido que se colaba por la puerta cada vez que alguien entraba o salía del bar. Sentía el hielo del vaso como una especie de alivio, un dolor físico que distraía, aunque fuera por un segundo, del dolor más profundo y desgarrador que sentía por dentro.

Después de varios tragos, me levanté tambaleándome para ir al baño. Mis piernas se sentían pesadas, y el alcohol hacía que todos mis movimientos fueran lentos y torpes. Dentro del baño, el reflejo en el espejo me devolvía una imagen que apenas reconocía: mi cara hinchada, el maquillaje corrido y los ojos enrojecidos. No tenía idea de cuánto tiempo pasé ahí adentro, sumida en mis pensamientos, intentando sin éxito ordenar el caos emocional que me consumía.

Cuando salí del baño, el aire frío del bar me golpeó de lleno, despejando por un momento el entumecimiento del alcohol en mi sistema. Mis pasos fueron torpes, pero logré mantenerme erguida mientras avanzaba hacia la barra. Al principio, no me di cuenta de quién estaba ahí, pero luego mis ojos captaron una silueta familiar: una figura masculina con la capucha puesta, lentes de sol y gorra. Si no fuera porque conocía cada prenda, podría haber pasado desapercibido entre las sombras y la penumbra del lugar.

Tomé un amplio suspiro antes de acercarme. Sentía el corazón acelerado, pero no era por la bebida, sino por la sorpresa de verlo ahí. Me senté junto a él en silencio, dejando que el peso de mi presencia hablara por mí. Guido giró el rostro lentamente, y por un momento, el reflejo tenue del alcohol y la luz tenue del bar hizo que sus ojos se vieran más oscuros de lo habitual.

—¿Desde cuándo tomás whiskey? —preguntó con voz suave, casi como si el sonido pudiera romper algo frágil entre nosotros.

Vi cómo sus dedos rodeaban el vaso de vidrio que había estado consumiendo antes, sus nudillos pálidos y tensos, como si contuvieran una emoción que no podía expresar. En ese instante, sentí una mezcla de alivio y vergüenza. Alivio porque estaba ahí, porque de alguna manera me había encontrado, y vergüenza porque no quería que me viera en este estado. No quería que me viera rota.

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora