Toma 20: Vértigo

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Cuando terminó el show, la energía en el estadio aún vibraba en el aire, pero sabíamos que la noche no había terminado

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Cuando terminó el show, la energía en el estadio aún vibraba en el aire, pero sabíamos que la noche no había terminado. Todos nos dirigimos hacia la salida con un objetivo claro: el after del show. Generalmente, solía ir al camarín para asegurarme de que Guido tuviera todo lo que necesitaba, pero esta vez, para evitar la acumulación de gente y poder salir más rápido, los guardias nos condujeron directamente hacia la salida.

A medida que avanzábamos, el bullicio de la multitud se desvanecía gradualmente, y el ritmo frenético del concierto daba paso a una atmósfera de anticipación para la celebración que nos esperaba. Los guardias, con una profesionalidad impecable, nos guiaron a través de las áreas restringidas del estadio, haciendo que nuestro trayecto fuera lo más fluido posible.

Lucy y yo conversábamos mientras nos desplazábamos, aún cargadas de la emoción del show. La noche prometía ser larga y llena de diversión, y aunque el after era una tradición que seguía al espectáculo, el recuerdo del rendimiento de Guido y de esa canción especial continuaba resonando en mí.

Antes de que pudiéramos subirnos al auto para dirigirnos al after, uno de los guardias, que podía identificar como parte del equipo de seguridad de los chicos, me llamó, impidiéndome subir a la van con el resto. Me di la vuelta, sorprendida, y él me pidió que lo acompañara. Sin dudar, accedí, dejándole a Lucy que me esperara y le prometí que volvería pronto.

Caminé por los pasillos del estadio, aún resonando con los ecos del show, en dirección al camarín de los chicos. La anticipación crecía mientras me acercaba, y finalmente, cuando abrí la puerta, la sala estaba en silencio. Todos se habían ido, y solo encontré a Guido allí, aún con el sudor del intenso espectáculo en su rostro. Se estaba secando con una toalla y desconectando los cables de sonido que colgaban de su cuerpo

—¿Qué haces acá todavía?—le pregunté al rubio, confundida pero cautivada por la imagen de él, sudado y con el pelo mojado, frente a mí.

Sin responder, Guido se deshizo de su camiseta sudada, dejándola caer en el sillón, y con pasos firmes se acercó a mí. Me tomó del rostro con una intensidad que me sorprendió y sus labios se unieron a los míos con un impulso que hablaba de su necesidad y emoción.

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora