Toma 32: Del infierno al cielo

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Una vez más intenté ingresar a mi cuenta bancaria, pero justo ese día el sistema estaba en mantenimiento

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Una vez más intenté ingresar a mi cuenta bancaria, pero justo ese día el sistema estaba en mantenimiento. La imposibilidad de hacer movimientos me dejaba sin opciones, y el avión que necesitaba tomar para llegar rápido a Córdoba estaba fuera de mi alcance. Solo tenía una pequeña cantidad de efectivo, así que me vi obligada a pagar un colectivo, esperando que fuera suficiente para llevarme al destino.

Durante el viaje en colectivo, cada hora se sentía interminable. Los mensajes de Guido seguían llegando, uno tras otro, pero decidí ignorarlos, con el corazón hecho trizas. Cada notificación era un recordatorio de la distancia emocional y física que ahora nos separaba. En esos momentos, me hubiera gustado desesperadamente que Guido estuviera allí para ofrecerme el consuelo que yo siempre intentaba darle a él. Pero después del caos de la noche anterior, estábamos en caminos separados, con la tristeza y la desesperanza como únicas compañeras.

A lo largo del viaje, me encontraba atrapada en un torbellino de pensamientos y sentimientos encontrados. La ansiedad por el estado de Antonio y el dolor de la ruptura emocional con Guido se entrelazaban en un nudo apretado en mi pecho. Miraba por la ventana del colectivo, tratando de encontrar algo que pudiera distraerme del dolor, pero las imágenes borrosas del paisaje solo servían para intensificar mi angustia.

Cada mensaje de Guido que decidía no leer se convertía en un peso adicional en mi alma. Sentía una profunda tristeza, no solo por la crisis en mi familia, sino también por el hecho de que la persona en quien solía apoyarme no estaba disponible para darme el apoyo que tanto necesitaba. La paradoja de querer estar cerca de él mientras me sentía apartada era dolorosa y confusa.

Finalmente, el colectivo llegó a Córdoba. A medida que me acercaba al lugar donde mi madre me esperaba, el peso de la situación se hizo aún más evidente. Las calles de la ciudad parecían más desoladas y frías, reflejando mi estado interior. Me dirigí rápidamente hacia el hospital, con la esperanza de encontrar a mi madre y enfrentar lo que fuera necesario, mientras la tristeza y la desesperanza continuaban a mi lado, sin poder ser consoladas.

Cuando llegué al hospital, la sala de espera estaba llena de gente, pero la mirada de mi madre entre el tumulto era inconfundible. La encontré sentada en una de las sillas, con la cabeza entre las manos y los ojos rojos. Aunque hacía dos años que no nos veíamos, el momento fue instantáneo. Me acerqué con el corazón en la garganta y la abracé con fuerza.

—Mamá —dije, con la voz quebrada—. ¿Cómo está todo?

Ella me rodeó con sus brazos, su respiración era entrecortada, y trató de contener las lágrimas.

—Luna, hija —dijo, su voz temblando—. Antonio... Antonio no está más.

Aunque ya lo sabía desde la noche anterior, escucharla decirlo en voz alta fue como recibir un golpe directo al pecho. Sentí que el mundo se me venía abajo y me costó respirar.

—Era inevitable—dije, sintiendo el peso de mi tristeza.

Mi madre secó sus lágrimas y me miró con una mezcla de dolor y resignación.

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora