Toma 30: Tormenta de sentimientos

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Estábamos a punto de salir al aire para la entrevista, y yo estaba terminando los últimos retoques en el vestuario de Guido cuando Anna, sin levantar la vista de su celular, lanzó la bomba

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Estábamos a punto de salir al aire para la entrevista, y yo estaba terminando los últimos retoques en el vestuario de Guido cuando Anna, sin levantar la vista de su celular, lanzó la bomba.

—Luna, para el lunes quiero los bocetos de lo que tenés armado para River—dijo con su habitual tono imperativo.

Me quedé helada. ¿Lunes?—repetí, tratando de asimilar la noticia. —Pero falta un mes todavía, Anna.

Ella finalmente levantó la mirada con una expresión impasible. —¿Y? ¿No tenés nada listo?

—Obvio que no—contesté, sin ocultar mi frustración. La premura no tenía sentido. —Ni siquiera hemos tenido tiempo para respirar después de este evento.

—Entonces yo que vos me apuraría—dijo, ya empezando a retirarse de la habitación, como si no fuera su problema.

Guido, que estaba charlando con Patricio y escuchó toda la conversación, intentó defender a Anna. —No sé qué le pasa—dijo, con un tono que mezclaba confusión y resignación. —Es así con todo, siempre está apurada.

—Sí, ya me doy cuenta—le respondí, intentando mantener la calma a pesar de la presión creciente. —Igual es una boludez lo que me está pidiendo.

Guido me miró, reconociendo la tensión en mi voz pero sin mucho que decir. —No te preocupes tanto, ya sabes que si fuese por mi...

—Si, ya sé—dije, con una mezcla de exasperación y agotamiento—. Pero no vas a salir así nomás.

Patricio, viendo cómo la situación se desarrollaba, intervino con un tono conciliador. —Relajá, seguro después se olvida esta...

—Gracias, Pato—dije, agradecida por su comprensión.

Guido asintió, aunque su expresión mostraba la misma preocupación que sentía yo. —Bueno reina, nos están esperando.

Con eso, el grupo se preparó para salir al aire, aunque la presión y la tensión seguían presentes. Mientras me acomodaba a un costado para ver la entrevista, sentía el peso de las demandas sobre mis hombros, pero al menos había algo de apoyo en medio del caos.

Una vez que ambos hermanos estaban sentados, listos para comenzar, Patricio se levantó repentinamente. —Uh, me olvidé la gorra— dijo mientras se dirigía hacia el camarín pequeño donde habíamos estado minutos antes. Aproveché el momento para ir al baño, ya que no había tenido la oportunidad de hacerlo desde que llegamos.

Siguiéndolo en silencio, entré al camarín justo detrás de él. Patricio estaba tan absorto en sus pensamientos que no notó mi presencia. No me anuncié, prefiriendo mantenerme en un segundo plano mientras él se movía por la habitación.

Observé en silencio mientras él sacaba una pequeña bolsa de su bolsillo y la volcaba sobre la mesa frente al espejo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza al darme cuenta de lo que estaba por suceder. En la mesa, el polvo blanco se extendió en una fina capa.

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora