Toma 3: Esencia de Vainilla

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Seguí al rubio mientras subía las amplias escaleras con desgano, observándolo con detalle

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Seguí al rubio mientras subía las amplias escaleras con desgano, observándolo con detalle. Llevaba una camiseta sin mangas holgada que dejaba ver sus brazos trabajados y parte de sus omóplatos. Sus piernas, fuertes y apenas cubiertas por un leve vello, le daban un toque de masculinidad. Su cabello estaba atado en un moño desordenado, atrapando los rulos rubios rebeldes.

Al ingresar a su habitación, noté que la cama estaba hecha. Había cuadros de bandas que supongo eran sus favoritas y predominaban los tonos gris, rojo y blanco en las paredes y muebles. Una batería en una esquina y una guitarra completaban el ambiente.

Guido se volvió hacia mí, asegurándose de que siguiera allí, y habló—. Por acá.

Me guió hasta una puerta corrediza, la abrió, revelando un closet que se podía recorrer caminando. Se detuvo, encendió la luz y estiró la mano, indicándome que entrara.

—Permiso —dije con timidez mientras me adentraba en el increíble armario.

Noté que las camisetas estaban colgadas en perchas y los pantalones doblados, aunque algunas prendas estaban arrugadas. Vi lentes de sol y, al abrir una puerta, descubrí una gran cantidad de zapatillas deportivas, predominando las de la marca Adidas.

Estiré mi mano, metiéndola entre las remeras, y empecé a revisarlas una por una, analizando los logos y estilos. Había varias remeras blancas lisas, no oversize, así como también remeras estampadas con logos rockeros.

Volteé hacia él—. ¿Qué pensabas ponerte mañana para tu show?

Me observó con inquietud, como si intentara descifrarme o entenderme—. Nada.

Elevé una ceja y me recargué en una cadera—. ¿Ibas a salir desnudo?

Él encogió los hombros y se recargó en el marco de la puerta—. Quizás. ¿Algún problema?

Tomé mi teléfono y empecé a sacar fotos a ciertas prendas que me ayudarían a definir su estilo—. Si ibas a salir desnudo, no sé qué hago acá.

—Yo tampoco sé qué haces acá —respondió con un tono pesado y arrastrado—. Pero no tengo elección.

—Mirá, Diego...

—Guido —corrigió rápidamente mientras se acercaba a mí.

—Guido, yo te visto, vos obedecés y todos contentos —sentencié, a un solo paso de distancia de él.

La sonrisa de Guido apareció por primera vez frente a mí, iluminando su rostro. Sus mejillas se marcaron, mostrando una hilera de dientes blancos—. ¿Obedecer? ¿De verdad crees que podés venir a darme órdenes? —ladeó la cabeza y toda la dulzura de su rostro desapareció.

Tragué saliva y me hice más pequeña en mi lugar, pero mantuve el contacto visual. No quería que él sintiera mi incomodidad—. Solo quiero hacer mi trabajo.

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora