Toma 14: Escribir canciones de amor sin amar a nadie

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Eran las 3 de la madrugada y mi corazón latía desbocado, incapaz de encontrar descanso mientras los ataques masivos en redes sociales seguían invadiendo mi mente

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Eran las 3 de la madrugada y mi corazón latía desbocado, incapaz de encontrar descanso mientras los ataques masivos en redes sociales seguían invadiendo mi mente. La furia crecía dentro de mí al darme cuenta de que la única que había recibido todo ese odio era yo, mientras que a Guido parecía no importarle en absoluto.

Decidida, me levanté de la cama, con la ira y la frustración empujándome hacia la acción. Salí de mi habitación y me dirigí a la de Guido, sin pensarlo dos veces. Con las manos temblorosas, toqué la puerta con firmeza, esperando que él escuchara el golpe y se diera cuenta de que no podía seguir ignorando lo que estaba pasando.

Guido abrió la puerta y lo vi allí, con el cabello mojado y desordenado, como si acabara de salir de la ducha. Llevaba puesta una campera de cuero y un toque de perfume aún fresco en el aire, que parecía indicar que estaba listo para salir.

No parecía sorprendido al verme, y eso me hizo pensar, con más rabia, que probablemente iba a encontrarse con alguna mina. Mi enojo aumentó, a pesar de que sabía que no tenía derecho a sentirme así.

Guido se movió un paso hacia un costado, dejándome pasar con una actitud que parecía resignada, como si ya esperara que yo llegara en ese momento. Cerró la puerta detrás de mí y me quedé allí, frente a él, con una decisión firme a pesar del dolor que sentía en el fondo. Él estaba entregado a la situación, y yo sabía que necesitaba expresar lo que sentía, sin dejar que el resentimiento tomara el control.

—No vas a decir nada? —fue lo primero que me animé a preguntar. Mi voz temblaba, entre la furia y la frustración. Me miraba con una calma que contrastaba con el caos interno que sentía.

—¿Qué querés que te diga? —me preguntó con una frialdad casi calculada. Su indiferencia me hizo sentir aún más impotente.

Mi enojo creció al ver su actitud relajada. Era evidente que estaba enojado también, pero su desdén no hacía más que alimentarlo. La distancia entre nosotros parecía una barrera impenetrable.

—No sos ajeno al quilombo que hay en Twitter, Guido. Me están dando por todos lados y ni siquiera sos capaz de decirme...

Me interrumpió con un tono que mezclaba sarcasmo y molestia.

—¿Qué esperás, Luna? ¿Que salga a defenderte en un vivo de Instagram?

Sus palabras me golpearon, su indiferencia y su frialdad eran una bofetada que no esperaba. Miró la pantalla de su teléfono, como si el tiempo y el asunto fueran irrelevantes. Esa apatía fue el golpe final. Me sentí herida, como si todo lo que había sentido por él se desmoronara en un instante.

—Así funciona esto, boluda. Era obvio que se iba a armar un despelote. No le des bola y listo. Vos misma me dijiste que no te importaba —dijo, mientras su enojo comenzaba a emerger, pero su actitud seguía siendo despectiva.

—Te chupa todo un huevo —le respondí, el dolor y la ira entremezclados en mi voz. Sentía que mi corazón se rompía con cada palabra.

Guido elevó los hombros, una señal clara de su falta de interés:

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora