Mientras observaba la última prueba de sonido en el Cosquín, me sumergí en mi trabajo con concentración, perfeccionando cada detalle del boceto para el próximo show en River. A pesar de la presión, me sentía aliviada al ver que la fama de la banda no había decaído, como temíamos todos.
De reojo, noté a Guido preparándose para cantar la última canción. Los acordes de la guitarra de Pato resonaban en el aire, creando una atmósfera vibrante y cargada de energía. Subí la vista hacia el rubio y lo vi en el escenario, su presencia imponente llenando el espacio vacío.
Cuando comenzó a cantar, su voz llenó el ambiente con una intensidad y pasión inigualables. El espectáculo se transformó en un torrente de emociones: la manera en que se movía con seguridad, la conexión profunda que tenía con la música y la entrega total en cada nota. Su interpretación era un despliegue de poder y vulnerabilidad, combinando la técnica impecable con una emotividad que tocaba el alma.
Conocía el efecto que esa canción tenía en mí, y él también. De repente, sentí su mirada fija en la mía, un desafío sutil en la forma en que ladeaba la cabeza y cantaba la frase: "Dejame ver qué hay detrás de tus pupilas". Su voz acariciaba cada palabra con una intensidad que parecía destinada solo para mí.
En ese momento, todo se desvaneció a nuestro alrededor. Era como si el mundo se hubiera reducido a los pocos metros que nos separaban. Mi respiración se aceleró y, sin querer, apreté el lápiz que tenía en la mano, dejándolo caer. Cada nota de su voz, cada expresión en su rostro, era una invitación silenciosa, una provocación que me atraía hacia él como un imán.
Las imágenes comenzaron a inundar mi mente, cada una más intensa que la anterior: la sensación de sus labios encontrándose con los míos, la calidez de su cuerpo cerca del mío, el cosquilleo en la piel al pensar en sus dedos rozando mi cuello. Mis pensamientos se volvieron incontrolables, llenos de deseo. Podía imaginarlo acercándose lentamente, con esa sonrisa que siempre me desarmaba, inclinándose hacia mí hasta que nuestros labios se tocaran. El impulso de cruzar ese espacio y besarlo allí mismo se hizo casi inminente, una necesidad que quemaba en mi interior. El deseo de él, tan intenso y palpable, era casi abrumador, y todo en mí gritaba por ese contacto, por ese instante en que la distancia entre nosotros se desvaneciera por completo.
Volver a la realidad fue como un golpe de agua fría. Me agaché rápidamente para recoger el lápiz, y al levantarme, vi la mirada de picardía de Guido, que parecía saber exactamente en qué había estado pensando. Me puse de pie de un salto, con el corazón a mil, y me adentré en el camarín, intentando a toda costa controlar las emociones que amenazaban con hacerme perder la compostura.
Me quedé de espaldas a la puerta, respirando profundamente para calmarme, cuando de repente escuché el sonido de la puerta cerrándose y el click inconfundible de la traba siendo echada. Mi corazón empezó a latir aún más rápido. El sonido de sus pasos se acercaba lentamente, cada uno resonando en el silencio del camarín, llenando el espacio de una tensión palpable.
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La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)
Roman d'amourEn mi mundo, donde las emociones fluyen con la misma intensidad que las canciones de amor verdadero, cada día es una montaña rusa de esperanzas y desilusiones. Soy una soñadora, buscando mi lugar en el implacable mundo de la moda, aferrándome a la c...