Toma 4: Acostumbrarse o morir en el intento

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Terminé de armar todo mi equipo, revisando meticulosamente cada detalle

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Terminé de armar todo mi equipo, revisando meticulosamente cada detalle. Llevaba el maquillaje indispensable, alfileres para emergencias, hilos y agujas, y un set completo de lápices y fibras para mis bocetos. Siempre estaba preparada para cualquier eventualidad. Después de asegurarme de que todo estuviera en su lugar, me cambié. Elegí unas botas marrones, medias negras gruesas, una pollera negra, un suéter color lino, y una campera de cuero que hacía juego con las botas. Me maquillé ligeramente, lo justo para sentirme presentable, y me dispuse a esperar a que vinieran a buscarme.

Anna había sido clara esa mañana temprano: me pidió que le enviara mi dirección para que una van pasara a buscarme y llevarme al estadio. Los chicos de Airbag estarían haciendo la prueba de sonido, así que tendría tiempo para instalarme en el camarín gigante antes de que comenzara el show. Agradecí tener esas horas de preparación; siempre me gustaba organizar mi espacio de trabajo con calma.

Cuando la van finalmente se anunció, bajé en el ascensor y salí del edificio, encontrándola estacionada en la puerta. El frío me golpeó de lleno, haciendo que mi nariz se enrojeciera al instante. El día estaba helado, tanto que me arrepentí de no haber traído un abrigo más abrigado.

Al subir a la van, me encontré con varias personas que supuse eran del staff, pero lo que más me llamó la atención fue otra chica. Era rubia, alta, y su figura no pasaba desapercibida, menos con la blusa escotada y los jeans ajustados que llevaba. Me dio una mirada de arriba abajo; era evidente que estábamos vestidas de maneras opuestas.

Tomé asiento en silencio, tratando de ignorar la incomodidad del momento. Saludé por educación a los demás en el auto, aunque no tenía idea de quiénes eran. Anna no estaba presente, así que asumí que ya se encontraba en el estadio con los chicos, probablemente ajustando detalles del ensayo.

El viaje hacia el estadio se desarrolló en un silencio tenso, hasta que la rubia a mi lado rompió el hielo.

—¿Vos sos la asesora de Guido? —preguntó, su tono era directo, casi como si fuera una acusación.

Giré la cabeza hacia ella, sorprendida por la pregunta inesperada. Su expresión era neutral, difícil de leer. No había señales de desagrado, pero tampoco de simpatía.

—Sí, me llamo Luna. ¿Y vos? —intenté responder con una sonrisa, aunque su actitud me tenía en alerta.

—Victoria, la asesora de Pato —contestó sin emoción.

—Un gusto —dije, manteniendo la cortesía aunque mi tono era un poco más frío de lo que pretendía. Algo en su energía me resultaba incómodo, como si estuviera evaluándome desde el primer momento.

Victoria no parecía interesada en ser amable. De hecho, parecía disfrutar de una especie de desafío silencioso

—Tenés suerte —dijo ella, elevando su barbilla con una mezcla de orgullo y desdén—. Me iban a poner a mí con Guido después de que Rebecca se fue, pero bueno, Anna ya había conseguido el reemplazo, o sea, vos.

La mejor parte de tener el corazón roto (Guido Sardelli)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora