capitulo V

41 6 1
                                    

Basicamente....

El tio de Sigrid era un inútil.

Era un rey, y un bueno para nada.

Pero era tan inútil, que era indefenso.

Sabíamos que el desastre en el que estaba convertida la dinastía no dependía realmente de él.

El no controlaba nada de lo que pasaba en Sjöberg, lo hacían los lord, y todos preferían ignorar a Sigrid antes de pedirle consejos a ella, sobre como guiar el reino.

Peor que inútiles, eran idiotas.

Así que básicamente, Ansgar, Rey de la dinastía Sjöberg, estaba calentándole el trono a Sigrid, hasta que ella fuera reina.

Sigrid tenia ya veintidós años, y hace siete que debería haberse sentado en ese trono. Cuando tenia quince, era mucho mas reina que este idiota.

Y se ponía peor.

Ansgar era un idiota, si, era un inútil, si. Pero el bastardo, además era cruel.

No era cruel de la forma en que lo era Sigrid, aunque debo reconocer que ese rasgo parecía correr en la sangre de toda la familia real.

Era cruel porque era inhumano, era cruel porque, a pesar de no tener los poderes de la dinastía, estaba ciego.

Ciego al dolor de su pueblo, ciego a lo que los Lord le estaban haciendo a su tierra.

Y él, aportaba un grano de arena a esa crueldad.

Se sabia lo que la dinastía pensaba sobre los látigos.

Era pan de cada día escuchar los castigos en la plaza.

Latigazos por robar, por golpear, por beber, por existir...

Lo habían hecho los padres de Sigrid, y Ansgar era feliz de continuar la tradición.

No era nada, por supuesto, comparado a la dinastía Eón, aún mas crueles. 

Se decía que poseían veinticinco islas de esclavos, muchos de ellos ex soldados de Sjöberg, compañeros, míos y de Sigrid. Comparado con ese lugar, este era un paraíso.

Excepto que me estaba hirviendo la sangre de ver el enorme cuerpo de Ansgar, sentado en ese trono, del que no era digno.

En el primer piso del Gran Arbol existía un vestíbulo gigante de piedras blancas, redondo. Al final de unas altas escaleras, estaba el trono, y yo estaba a los pies de ellas. El espacio estaba lleno de los miembros de la corte, en sus mejores galas, esperando el nombramiento del nuevo general, mi nombramiento.

Como Ansgar era un inútil, la ceremonia la realizaría Sigrid.

Yo estaba con mi armadura oscura, el brazo de armadura blanca, brillante, que le pertenecía a mi padre. Esperando.

Se abrieron las puertas y entró ella.

A veces me olvidaba lo pequeña que era, apenas me llegaba al hombro cuando estábamos lado a lado, aunque para ser justos, yo era bastante alto.

Era tan delgada y blanca que parecía que el brillo de la piedra de las paredes se reflejaba en su piel.

Hubiera esperado que usara su armadura para entregarme mi nuevo titulo.

Creo que todos pensaban lo mismo que yo, porque cuando la vieron entrar, todo quedó en silencio.

El grueso vestido rojo oscuro, que dejaba su cuello y escote al descubierto, toda la tela ajustada al cuerpo, la cintura aun mas estrecha por el corsé de cuero negro, y el blanco cabello, largo y suelto, adornado por una tiara, con un joya gigante en su centro,  roja como la sangre.

Heredera de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora