CAPÍTULO 20

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Natasha

Con la niña en brazos veía correr a los Vengadores por la sala de armamento, preparándose para una invasión alienígena inminente en San Francisco. Había sido Danvers la que había dado la orden desde el espacio y en ese momento se encontraba junto a los Guardianes y Thor camino de la Tierra para ayudar. Al parecer, la gema de la realidad se encontraba en un templo de San Francisco y una raza mercenaria de un planeta en otra galaxia lo había descubierto.

Y yo miraba aterrada cómo todos se preparaban.

Clint me había ofrecido llevarme junto a Laura y los niños a la granja, pero yo me había negado. Necesitaba quedarme en el complejo. Steve y Tony daban órdenes a todos, incluso a los agentes de S.H.I.E.L.D., que se habían unido a la misión por petición de Furia. Hasta María y Sharon saldrían en una de las naves.

―Wanda, recógete el pelo ―le ordené.

―Voy ―ella sacó una goma de su taquilla y se hizo un moño apretado. Cuando se trataba de este tipo de misiones una nunca sabía que esperar de ellas y el pelo era un objetivo muy jugoso a la hora de lo combates cuerpo a cuerpo.

La niña se removió inquieta en mis brazos y yo la acuné hasta que apareció Steve, listo para el combate. Con cuidado la sacó de mis brazos y me sacó de la sala, llevándome a un rincón en silencio.

Entonces nos abrazó a ambas.

―Dime que vas a volver ―murmuré contra su pecho.

―Por supuesto que voy a hacerlo. No pienso dejaros solas.

Alcé la cabeza y le miré.

―No te hagas el héroe, Rogers. No eres invencible ―él asintió, pero para mí no era suficiente―. Júramelo, por tu hija.

Agachó la cabeza y juntó su frente con la mía.

―Te lo juro.



Había convertido la sala de juntas en una sala de control, desde la que vigilaba las cámaras de San Francisco y seguía las noticias. Todas las pantallas holográficas mostraban un ángulo diferente, un telediario o una emisora de la policía. Y en otra podía escuchar las voces de los Vengadores, hablando entre ellos. Pero esta vez yo no podía participar.

En el centro de la mesa de cristal, sobre un cojín de lactancia, dormía la niña.

No podía dejarla tantas horas sola en la habitación, así que había preferido acomodarla ahí y echarle un ojo de vez en cuando. Al menos agradecía que el ruido de las cientos de pantallas no la despertasen. Me dejé caer en una de las sillas y observé la cámara que enseñaba la gran nave espacial sobre las costas de San Francisco. Era tan enorme que nuestros jets parecían de juguete en comparación.

Y delante de esa nave, esperando a que hiciesen su primer movimiento, estaba los Vengadores.



La batalla llevaba dos horas de lucha encarnecida entre extraterrestres y Vengadores cuando la niña empezó a llorar. Tenía los ojitos cerrados, pero lloraba con fuerza. La cogí y la acuné contra mi pecho, pero no dejó de llorar. Probé entonces a darle el pecho y lo rechazó, sin querer agarrarse al pezón.

―¿Qué te pasa, pequeña?

La tumbé nuevamente en la mesa y miré a ver si tenía el pañal sucio, pero tampoco era ese el problema. ¿Qué coño le pasaba? Nunca había llorado así. Me la volví a colocar cerca de mi pecho, meciéndola y susurrándole de forma relajante al oído, pero no tuvo efecto, al contrario, comenzó a llorar con más fuerza.

Abre los ojos - RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora