DESPUÉS

8.2K 436 337
                                    

Natasha

―Nat...

Un reguero de besos desde mi hombro hasta mi cuello me hizo suspirar y pegarme más al cuerpo de mi marido. Noté cómo restregaba su entrepierna excitada contra mi culo y sonreí sin abrir los ojos.

―Buenos días, Capitán... Está de muy buen humor hoy.

―Y más que va a mejorar ―metió una mano por debajo de mi camisón y me acarició por encima de las bragas, haciéndome suspirar. Sí, yo también quería eso. Abrí un poco las piernas y me recosté contra su pecho, permitiéndole que metiese la mano en mi ropa interior y me acariciase el clítoris en círculos.

―Sí...

―Shh...

Recordé a la niña, durmiendo en la cuna, y me mordí el labio para no gemir cuando me penetró con tres dedos de golpe, utilizando el pulgar para masajear mi clítoris. Y a su vez empezó a besar mi cuello, haciéndome suspirar.

―Más rápido ―susurré con necesidad.

Hizo lo que le pedía y aumentó la velocidad de sus penetraciones, acariciándome el punto G con ellas. Me estaba volviendo loca. Empecé a mover las caderas al ritmo de su mano, frotándome con él a propósito y estaba a punto de rozar el orgasmo cuando sacó los dedos de golpe. Me tumbó de espaldas, se puso encima y me apartó las bragas hacia un lado, penetrándome con fuerza. Tan fuerte y tan profundo que grité.

Y a nuestro lado también se escuchó un llanto.

―Mierda, Steve ―le di un golpe en el brazo y él se quitó de encima con un gruñido.

Nos habíamos quedado sin sexo mañanero.

Con un suspiro coloqué bien mis bragas y me levanté de la cama, acercándome a la cuna y encontrándome con una bebé gruñona con los ojos bien abiertos.

―Buenos días, pequeña ―la cogí en brazos y ella se acurrucó contra mi cuello. Siempre se despertaba mimosa. Y según iba creciendo disfrutaba más y más de ello―. Hay que cambiarle los pijamas a la talla de nueve meses ―le dije a Steve, acercándome a la cama con ella.

Mi marido se había tumbado mirando al techo, con una tienda de campaña en los pantalones de pijama y una clara mueca de frustración. Pero, en cuanto vio a su niña le dedicó una espléndida sonrisa.

―Buenos días ―besó su cabeza y después se alzó y besó mis labios―. Y buenos días a ti también.

Sonreí.

―¿Por qué no vas a darte una ducha? Iré a preparar el desayuno.

―Me encantaría que te la dieses conmigo... ―volvió a besar mi cuello y yo suspiré, igual de necesitada que él.

―Haberlo pensado mejor antes de hacer el bruto ―le mordí la oreja y me levanté de la cama nuevamente―. ¡No tardes!

―Sí, señora.



En la planta de abajo disfruté de mis diez minutos de calma, con un café en la mano y la niña mamando en mi regazo. Se abrazaba a mi pecho y me miraba atentamente con los ojitos abiertos. Me encantaban estos momentos, eran solo nuestros y se habían convertido en un ritual. Cuando terminó la dejé sobre la trona, cerca de la isla de la cocina, y empecé a hacer el desayuno. Corté la fruta, puse el pan en el tostador y freí los huevos y el bacon. Los estaba sirviendo en los platos cuando escuché a Steve bajar las escaleras.

―He encontrado una ratoncita buscándonos por el pasillo.

Me giré con una sonrisa y disfruté de la estampa familiar. Milenka estaba acurrucada en los brazos de su padre, frotándose los ojitos con una mano y sosteniendo su mantita con la otra. Me acerqué a ellos y dejé un beso en su frente.

Abre los ojos - RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora