CAPÍTULO 4

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Steve

La misión había sido todo un éxito. Sam y James habían interceptado el tráiler y, para cuando nosotros llegamos, ya tenían la situación controlada. S.H.I.E.L.D. llegó un rato después y se encargó de la situación del hangar mientras nosotros llevábamos el tráiler a la Base. No nos fiábamos de que otra organización custodiase el armamento alienígena.

Natasha y yo volvimos en silencio al complejo. Mi cabeza no hacía más que recordar una y otra vez cómo ella se había quedado a ayudarme en vez de interceptar el cargamento. Estaba furioso con ella por haber puesto en peligro la misión, pero a su vez mi corazón palpitaba con locura. Ella se había quedado por mí. ¿Habría sido un acto puramente de compañerismo o había algo más? Al final ella iba a tener razón en cuanto a lo peligroso que se volvía desarrollar sentimientos contra la persona junto a la que peleabas.

Entramos en la Base y Natasha salió cojeando hacia la sala de armamento. La seguí sujetándome el costado donde me habían pegado un buen golpe. Si no fuese por el suero del Super Soldado seguramente me hubiese fracturado una costilla.

―Nat ―agarré su brazo cuando se iba a acercar a su compartimento para deshacerse de las armas. La mirada que me echó destilaba veneno.

―¿Qué quieres?

―¿Te encuentras bien? ―señalé el corte en el traje, por el que se veía una fea herida en el muslo. Ella misma agachó la cabeza, siguiendo mi mirada, y se sorprendió al ver el corte.

―No es nada. Ni siquiera me duele.

Asentí y le solté el brazo con delicadeza.

―Ve a que Bruce te eche un vistazo ―dejé el escudo sobre la mesa central de la sala y esperé su respuesta, pero nunca llegó. Natasha me dio la espalda y dejó todas sus pertenencias en los cajones correspondientes. Después cogió su neceser y entró en la zona de las duchas. Con un suspiro procedí a quitarme el sucio traje para ir también a la ducha.

Esta sala estaba creada con dos claros propósitos. El primer era prepararnos para las misiones, contando con nuestros trajes y todo tipo de armas y dispositivos que podamos necesitar. El segundo propósito era para servirnos como un vestuario cuando volvíamos de las misiones, para no tener que ir hasta nuestros apartamentos para poder darnos una ducha y quitarnos los trajes.

Entré en la ducha unos minutos después y para cuando salí y estuve completamente vestido con un chándal limpio, Natasha seguía dentro. Recogí el escudo y abandoné la sala con resignación. No podía evitar sentirme culpable. Ella se había arriesgado por mí, para salvarme, y en el calor del momento yo se lo había reprochado, le había echado en cara que había decidido salvarme. Y sé que lo había hecho porque estaba enfadado con ella y mi ego de líder no había soportado que desacatase una orden directa.

Había sido un gilipollas y había hecho algo de lo que Natasha nunca había pecado: dejar que mis sentimientos me nublasen el juicio.

Pasé por el salón para contarles a los demás cómo había ido la misión y cené junto a ellos. Tal y como esperaba, Natasha no estuvo presente y tampoco le pidió a Bruce que le curase la herida. Así que, como ofrenda de paz, llené un plato con comida, cogí uno de los botiquines y me planté ante su puerta.

Unos instantes después abrió.

―¿Qué quieres, Rogers?

―¿Puedo pasar? ―alcé el plato de comida.

Natasha pareció pensarlo unos instantes antes de suspirar y echarse a un lado. Solo llevaba un grueso jersey negro, dejando sus piernas desnudas. En el muslo izquierdo había colocado un apósito blanco que empezaba a teñirse del color de la sangre.

Abre los ojos - RomanogersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora