CARNERO.-I

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Mi compañera, la silenciosa mucama, me guío por un pasillo que no conectaba con la habitación principal, me llevó a un elevador diferente al que había tomado para llegar allí. Me invitó a volver de nuevo y me despidió con un beso en la mejilla.

El elevador tenía dos botones, uno decía lujuria y el otro Old forest, tomé el segundo.

El ascenso fue más largo de lo que creí, solo podía pensar en una cosa, cuando la mucama me dio el beso, susurró algo que apenas y pude entender, ayúdame.

El elevador me llevo asta una habitación de hotel, salí del lugar tan rápido como pude, ignoré a la recepcionista que también me invitó a volver.

Me encontraba en Old forest y la noche ya estaba muy avanzada, no estaba muy lejos de mi departamento, podría llegar caminando en poco más de una hora.

No avancé mucho cuando un auto se acercó a mi y abrió la ventana del conductor.

—¿Quieres que te lleve?— era la despampanante chica de licras que acompañaba al  asiático.

—Tranquila, no estoy muy lejos y no me gustaría que te retrases en tus asuntos— le sonreí y seguí caminando.

—Vamos, ¿Quieres que una niña linda como yo te ruegue?— se detuvo y me sonrió, no pude negarme de nuevo.

—Voy a Sunshine Park, puedes dejarme frente a Donn Coffe's, me gustaría comer algo antes de ir a dormir— Me relaje en el asiento

—Sabes... conozco un lugar en el que preparan las mejores hamburguesas de toda la ciudad, vamos yo invito— Se veía muy animada.

—Gracias pero según el mayordomo del Limbo dure una semana en esas jaulas y necesito dormir en una cama de verdad— Noté que me ignoro totalmente y dio vuelta al auto alejándome más de Sunshien Park. No pasó mucho tiempo cuando noté que me llevaba directo a Diamond Beach.

No solía frecuentar ese distrito, era demasiado alegre para mi estilo.

Era un distrito dedicado únicamente a los gimnasios y a la marihuana.

Las únicas llamadas a emergencias que provenían de allí era para reportar alguna pelea entre ebrios o alguna intoxicación por sobre dosis, solo otro día en el paraíso.

Me llevó asta el extremo norte del distrito, el restaurante estaba en el primero de tres pisos, por como lucia el lugar parecía que jamás fue planeado para ser un restaurante sino una casa.

Junto a la puerta principal estaba un letrero que decía "Prueba el reto de la abuela".

—¿De que va ese desafío?— Pregunte con curiosidad.

—Es por comer una cubeta de alitas picantes en menos de media hora, el que lo logre tendrá un cupón válido por una cena gratis o algo así no lo recuerdo.

—No suena muy complicado— Con un reto tan sencillo seguro más de una persona lo abría ganado.

—La cubeta pesa tres kilos y medio— Supongo que pude haberme equivocado después de todo.

El lugar estaba desértico.

Nos sentamos en una mesa frente a la ventana y después de unos momentos una muchacha demasiado joven como para trabajar en una cafetería a esas horas salió de una puerta que supuse era la cocina.

Se sonrió con Jessi y le pregunto si querría lo de siempre, Jessi solo asintió.

Después de unos minutos nos llevaron un par de inmensas hamburguesas que expedían un aroma delicioso y al dejarlas en la mesa pude ver como el pan estaba empapado en grasa.

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