Un té.
Leyó aquel cuaderno, casi que al derecho y al revés. Las palabras que se resguardaban en esos escritos congeniaban como dos bocas en un beso. Eran perfectas en toda su magnitud. Su corazón latía con fuerza cuando leía y mentalmente imaginaba la voz que recitaba esos versos. Se le colocaba la piel de gallina y las mejillas como dos manzanas frescas. Las hojas de ese cuaderno eran como un jardín de rosas en el cual se perdía, en cada pétalo, en la sensación suave de su aroma y lo impactante de sus espinas. Estaba fascinado, estupefacto, y lo leyó tan rápido, tan pronto en cada oportunidad libre de tiempo que tenía en sus días, que tuvo la chance de leerlo dos veces más, tanto así, que hasta había memorizado una que otra estrofa que repetía incontables veces en su cabeza en la rutina de sus días. Lavando la vajilla, doblando sábanas, haciendo su tarea de Álgebra, incluso cuando su hermano le hablaba, él se perdía en esas bonitas páginas de su mente.
Para cuando el Viernes por la tarde llegó de sus clases extra curriculares de música, no fue directamente a su casa. Esta vez, tomó la acera del lado derecho, y caminó por ella hasta que dio con la casa de bonito jardín delantero. Sus pies se detuvieron y una de sus piernas se sacudió en su lugar con un aire nervioso ascendiendo en su pecho. Sus dientes apretaron su inferior con fuerza al igual que el cernir de sus dedos a las tiras de su mochila. Era amarilla, su madre la compró ayer porque estaba de oferta y porque era su color favorito. Tal vez llamaba mucho la atención, pero ya qué.
Aún duda si es prudente llegar como si nada a tocar la puerta del profesor. Tal vez siquiera está en casa, aún si sabía que a estas horas él ya había acabado su jornada laboral sólo porque su hermano lo comentó una vez de aquellas. De todas formas, debía devolver el cuaderno de escritos, y es que no quería que el mayor pensara que se adueñó y robó a este ¡Por supuesto que no! Es sólo que desde lo ocurrido esa tarde en la que recibió por prestado el primer libro aquel, y pasó lo que pasó, se la hecho casi imposible no recordar lo que por su mente pasó en ese entonces ¡Y moría de la vergüenza!
Por supuesto, el profesor jamás se enteraría, sin embargo, con sólo imaginarlo mirándole de esa manera tan escrutadora e intimidante, sus piernas temblaban y sus mejillas enrojecían, como si este lograra leer a través de sus ojos y pudiese indagar en sus pensamientos, descubriendo sus secretos. La simple idea lo colocaba cual papelito a punto de caer.
"¿Se te ofrece algo?" La voz fue electrizante a su sistema y su corazón pareciera haberse detenido por milésima de segundo.
Quien tanto temía, se encontraba allí, con una bolsa de madera en su brazo -apreciando que fue de compras-, y sus ojos cual dos nubes bajo las hebras oscuras que recaían sobre su frente, aplastados por un gorro de lana de color azul eléctrico.
[ Oh, qué bien se ve el azul en él. ]
"A-ah, y-yo vine a-a..." Calló abruptamente cuando se dio cuenta que estaba tartamudeando como un tonto, y sus orejas ardían bajo su capucha. Se sintió abrumado y se encogió en su lugar, apretando sus párpados y extendiendo entonces, sin mediar palabra, el cuaderno.
ESTÁS LEYENDO
pure skin © yoonmin.
FanfictionÉl tan sólo tenía dieciséis años cuando se enamoró perdidamente de un hombre que doblaba su edad y sabía escribir palabras hermosas. ---- contenido explícito y sensible, leer con consentimiento. ---- ©irregularvoice ;; portada hecha por la lindura...