Esperanza

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Noche tras noche los guardias llevaban a Salena a las celdas y la encerraban con Morthab y noche tras noche este no se acercaba a ella. Se mantenía alejado, sentado en el suelo y con gesto relajado, ni siquiera le dirigía la palabra de no ser completamente necesario. De modo que, lentamente, Salena había empezado a sentir curiosidad por el extraño albino.
— Morthab no parece un nombre muy común. —Comentó la chica, acurrucada en las mantas que hacían de lecho.

— Aquí no. —Como de costumbre, sus respuestas eran escuetas. Tratar de hablar con ese hombre era complicado.

— ¿Tu hogar está muy lejos? —Preguntó con suavidad girándose para mirarle.

Sentado al final de la celda tenía la cabeza inclinada hacia atrás, apoyada contra la pared, su rostro no mostraba ninguna emoción, tan solo una tranquilidad indiferente a todo a su alrededor.

—Mi hogar ya no existe. —Cerró los ojos al hablar como si con eso recordará ese lugar lejano.
— ¿Y cómo era? —Volvió al ataque, decidida a acercarse un poco más al luchador. Al fin y al cabo, él no parecía mal hombre y Salena tenía la esperanza de llegar a ser algo parecido a amigos para charlar de vez en cuando.

— Distinto a esto. —Su tono daba a entender que la conversación había terminado.

— Nunca he visto nada distinto a esto... —Se le escapó el murmullo desanimado.
Cerró los ojos con suavidad, dispuesta a dormirse y ya pensando en tratar de traer algo de comida a escondidas el día siguiente ya que trabaja en las cocinas. Aunque solo fuera pan. Entre los esclavos cualquier cosa comestible era muy valorada, las raciones que les proporcionan eran las mínimas necesarias en el mejor de los casos.
— Nací en unas montañas, cerca de la cumbre. —Cuando Morthab empezó a hablar Salena abrió los ojos sin poder evitar mirarle sorprendida—. Había nieve todo el año y todos vivíamos en una cueva. En invierno los niños teníamos prohibido escabullirnos pero yo y mi hermana solíamos hacerlo, no hacíamos mucho caso.

Salena asiento levemente, mirando al albino que tenía los ojos fijos en la nada. Sabía que era la nieve, había visto nevar, aunque nunca suficiente para que cubriera el suelo.
— ¿Tu hermana...? —No se atrevió a preguntar si su hermana había muerto o había terminado siendo esclava como él.

— No lo sé. No puedo saberlo. —Por primera vez en su voz había una nota de tristeza—Duerme.

Salena no insistió, acomodándose acurrucada y cerrando los ojos para quedar dormida al poco tiempo.

Por la mañana se despertó por sí misma, removiéndose sin ganas de levantarse. Sin embargo, en cuanto escuchó los pasos en el pasadizo se apresuró a ponerse en pie dejando que se la llevaran hacia las tareas que tenía asignadas ese día. En la cocina se dedicó a pelar patatas y a amasar pan aprovechando un momento de descuido de los vigilantes para coger un pedazo y deslizárselo en un bolsillo. Sonrió sin poder evitar preguntarse si esa sorpresa logrará hacer que Morthab cambiara su expresión. Se quedó paralizada al notar que alguien le cogia el brazo con el que ha escondido la comida.

— ¿Qué crees que haces? —Inquirió uno de los guardias con mala cara, tirando de ella para apartarla del tablón donde estaba trabajando.

— Yo... —No había excusa: la había visto. Iban a azotarla por eso. Solo de pensarlo los ojos se le llenaron de lágrimas y no pudo evitar empezar a llorar. Iba a doler.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora