Revuelta

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Morthab vio pasar a una chica y en camisón corriendo entre las celdas. Se había mantenido despierto y atento, esperando para saber algo de Salena. Pero cuando vio esa figura pasar resollando y a toda velocidad supo que algo no andaba bien. Era la hija del dueño de la villa, la misma que el día anterior había estado paseando con los cazadores para escoger a esclavos para el espectáculo. Se levantó de las mantas en las que estaba y escuchó el tintineo de las llaves. La muy loca estaba abriendo las celdas. Se pegó a los barrotes, incapaz de creérselo. Ya había abierto a dos hombres y en otros puntos estaban saliendo más con copias de las llaves en las manos. Todo el mundo estaba escapando y él no sabía dónde estaba Salena. Los más listos de los esclavos huirían de inmediato, pero la inteligencia no era lo que se buscaba en un luchador. Otros muchos irían a por venganza y a por mujeres. Los hombres que seguían encerrados empezaron a golpear el metal, esperando su turno de ser liberados.

—¡Arenas! —En cuanto le vio le llamó. Estaba fuera. Era uno de los que ya habían salido y a pesar de ello tenía el entrecejo fruncido.— ¡Sácame de aquí!

Le dedicó un gesto que pretendía ser una sonrisa y fue en su dirección, pero algo le llamó la atención antes de llegar y sus pasos se desviaron hacia el fondo, hacia donde estaba esa mujer que les había liberado siendo atacada por uno de los imbéciles que preferían hacer eso que poner su vida a salvo.

Maldijo en voz alta y en voz baja. Todos estaban saliendo y él se iba a quedar encerrado. ¿Y Salena? ¿Dónde se suponía que estaba? Golpeo los barrotes frustrado consigo mismo.
Acercó su mano a la cerradura y trató de concentrarse durante unos largos instantes, dejando de usar su magia para ver a su alrededor y centrándose en mover el mecanismo. A pesar de usar la menos magia posible, para cuando salió las manos le temblaban y se sentía debilitado. No iba a tener mucho tiempo para encontrarla en cuanto usara su magia para leer a su alrededor.

Dispersó al máximo su energía, sacrificando detalles a cambio de distancia, tratando de encontrarla cuanto antes. Pero no había rastro de ella entre las demás mujeres. Aunque si que vio al Arenas con la mujer que les había liberado sobre un hombro alejándose de la multitud. Quizás era más listo de lo que parecía.
Morthab por su lado salió siguiendo el torrente de hombres y se dirigió a la primera mujer que encontró. Un premio como Salena. Apenas se fijó en el hombre que estaba frente a ella y que le miró como si pretendiera arrancarle la cara a bocados si llegaba a tocar lo que consideraba suyo.

— ¿Dónde está Salena? —No se estaba fijando lo suficiente como para ver nada más allá de una forma de blancos y grises sin facciones que se movía levemente.

— En la casa. A algunas se las han llevado para servir a los invitados. —Sonaba aterrorizada, como si temiera que él fuera a herirla.

Sin embargo, se apartó y echó a correr en una sola dirección. La masa de esclavos que le rodeaba hacia que apenas podía distinguir donde terminaba uno de otro pero a cambio de esa poca exactitud era capaz de ver hasta la casa. De percatarse que un buen número de hombres estaba saliendo de ella, dispuestos a enfrentarse a los luchadores huidos. Y Salena estaba dentro.

Era una estupidez tratar de entrar por la puerta principal. Su mejor opción era una puerta trasera pero ni siquiera sabía si esa casa tenía. De modo que iba a tener que buscar una ventana a la que escalar. Era la forma más sencilla de colarse en el interior. No se sentía lo suficientemente bien para pelear. Si tardaba demasiado, si volvía a usar su magia, iba a desplomarse y eso, en una situación como aquella tan solo llevaría a su muerta. Lo más lógico era huir como había hecho el Arenas. Alejarse de los problemas. Pero Salena estaba donde más problemas había.

La chica, la hija del hombre que les había estado torturando y obligando a pelear, tenía menos fuerza de la que había esperado. Eso no había entrado en sus planes. Su primera intención había sido liberar al Blanco, hacer equipo con él para alejarse de ese sitio, usarlo para viajar a través de esas tierras extrañas. Pero entonces la había visto. Ella que había abierto su celda, a quien le debía su libertad, estaba siendo atacada por otro de los luchadores. No había querido ir a ayudarla. En sus tierras le habrían dicho que tenía una deuda de honor con ella. Que le debía la libertad. Una estupidez. Pero la había salvado.
— Gracias— Había susurrado ella, casi sin aliento por los segundos en que su atacante había estado asfixiándola.

— Indícame como llegar al bosque. —Ordenó colgándosela al hombro, como si no fuera más que un saco de patatas.

Lo primero que debía hacer era alejarse del tumulto y de todos los posibles imbéciles que proliferaban en las tierras húmedas. Él estaba seguro que eran como setas. Donde fuera que hubiera suficiente mierda solo aparecían.

— ¿Al bosque? —Notó que se retrocedía para alcanzar a mirarle y se lo permitió o al menos no la regresó a su sitio.

— ¿Estás sorda? Sí, al bosque. Ni tú ni yo queremos quedarnos para ver cómo termina esa pelea. —Pareció a punto de responderle alguna gilipollez pero en su lugar bajo la cabeza y se volvió a dejar caer tumbada, pasando a darle las indicaciones.
La llevó a cuestas, alejándose de las turbas de los esclavos, en dirección al bosque más cercano y al llegar a un sitio más resguardado la dejo en el suelo. No tenía ganas de hablarle por lo que lo único que hizo fue sentarse frente a ella.

— ¿Qué pretendes? —Le sorprendió lo segura que sonaba. O no se daba cuenta de en qué situación estaba y era idiota o tenía más valor del esperado.
—Esperar a que amanezca antes de regresar. La pelea ya habrá terminado y podremos coger comida. —Por una vez no fue un gilipollas y respondió con calma. Si lo que tenía era valor era mejor no quebrarla. Si se marchaba su responsabilidad de protegerla quedaría evaporizada.

—Me refería conmigo. —Se apoyó hacia atrás y tanteo con sus manos. Tuvo que evitar echarse a reír por ese intento de buscar un arma.

—Nada. Si quieres largarte puedes hacerlo. No me interesas para nada. —Y dicho eso se giró de espaldas a ella, desestimándola como una amenaza y fingiendo que se echaba a dormir.
Por desgracia esa no era su intención. Sabía que tenía que vigilar al menos si pensaba sobrevivir hasta el siguiente amanecer.

Estaban intentado romper la puerta que ella había atrancado. Salena estaba aterrada. Había corrido lo máximo posible para llegar antes de que la atraparan y había lanzado una estantería delante de la puerta. Pero eso solo significaba que estaba atrapada en un segundo piso en un edificio plagado de Cazadores que estaban deseando echar mano a cualquier cosa que romper o torturar. Y ella entraba en esa categoría. Se acercó a la ventana y la abrió, viendo la batalla que se había organizado frente a la casa. Alguien había liberado a los esclavos y estos habían organizado una revuelta. Y Morthab destacaba en medio del caos como un punto de luz en medio de una tormenta.
— ¡MORTHAB! —Gritó como una loca, esperando a que le escuchara. Desesperada porque lo hiciera.

Y por alguna clase de milagro, a pesar de que era imposible que realmente hubiera escuchado nada en medio de todo el ruido producto de la batalla, levantó la mirada y pareció fijarse en ella. El alivió fue inmediato. Se sentía salvada. Se sentía segura solo con saber que él había ido a por ella.

El golpe en la puerta la hizo regresar a la realidad. Su perseguidor había ido a por ayuda y la estantería ya no era suficiente para frenarles. No tenía suficiente tiempo para hacer nada más. No tenía suficiente tiempo para buscar un plan mejor. Así que salió por la ventana. Vio como Morthab le gritaba algo desde donde estaba pero sus palabras no llegaron a ella. No había tiempo para pensar. Miró la ventana más cercana y sin querer vacilar más lo hizo: Saltó.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora