Lo que quieren

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Morthab despertó de golpe y, como de costumbre, entró un instante en pánico al ser incapaz de ver nada a su alrededor. Respiró hondo y empezó a leer el viento a su alrededor. Había dos personas en la sala aunque no le estaban vigilando. Normal, puesto que estaba atado de pies y manos en una camilla. No había nada de qué preocuparse. Además de que seguía teniendo dolor de cabeza por haberse propasado con la magia. Todo por culpas del estúpido del Arenas. Solo porque había perdido los nervios con ese imbécil. Escuchó los pasos cuando los sanadores se le acercaron.

— ¿Ya está despierto? —Preguntó el hombre tomándole el pulso mientras el otro se giraba en su dirección.

— Sí. Te lo dije, las sanguijuelas siempre van bien.

¿Sanguijuelas? Le habían puesto esos bichos encima. Respiró hondo, tratando de centrarse. Solo se había debilitado por usar demasiada energía por usar su magia. Con dormir le bastaba para recuperarse y le habían puesto sanguijuelas encima, cosa que a fin de cuentas le había terminado debilitando más y que por lo tanto le había hecho estar fuera de juego más tiempo. Idiotas.

— ¿Qué hora es? —Su voz sonó seca por la sed que hasta ese momento no se había dado cuenta que tenía.

— Pasado el mediodía. Te has perdido unas cuantas comidas. Te enviaremos a tu celda con una ración y descansaras hasta mañana. —El sanador que estaba hablando hizo un gesto hacia la puerta para que entraran unos cuantos soldados armados.
Se levantó con cuidado cuando le desataron las manos y dejó que le guiaran hasta su celda donde le dejaron con un bol repleto de estofado aguado. Una cena generosa teniendo en cuenta su condición de luchador.

Al anochecer le llevaron a Salena y no le hizo falta ver su piel para notar que tenía algo en el cuello. Se tocaba de forma constante, en un gesto nervioso que no había tenido hasta ese justo instante.

— ¿Qué tienes ahí? —Preguntó en cuanto los soldados se marcharon.

— Dijo que quería volver a pelear contigo pronto y... que.... Te lo contará. No me hizo nada en realidad. Solo la marca. —Los ojos se le llenaron de lágrimas y su pequeño cuerpo se estremeció.

— ¿Qué... qué quieres decir? ¿El Arenas te...? —La había atacado. La había marcado.
— No. Solo me marco... no hizo nada más... —Balbuceó bajando la mirada incomoda.
— No volverá a tocarte. Hablaré con él. —Le respondió palmeando a su lado para invitarla a sentarse a su lado. Ella se dejó caer en las mantas a su lado.
La había tocado y no tenía derecho a ello. El Arenas no debería haber puesto una sola mano sobre ella a no ser que la misma Salena se lo permitiera. Cosa que estaba seguro que no había ocurrido. Podía entender que fuera a por él por ser mago si lo sospechaba, podía entenderlo incluso si solo iba a por él por su aspecto. Pero que atacara a Salena sin motivo... Ni podía ni quería permitirlo.

Estaba deseando empezar el entrenamiento, o la pelea, o lo que fuera. Por una vez, estaba ansioso y por una vez anularon el entrenamiento. La llegada de los Cazadores a la villa lo complicaba todo demasiado. Un solo atisbo de algo fuera de lo común y acabarían torturándole y quemándole en algún lado apartado de la mano de dios. A Morthab no le gustaba esa idea. Pero, a pesar de ello, no podía evitar ir vigilando al Arenas en la fila en que les habían colocado para exhibirles. Pocas veces ocurría algo tan emocionante como la llegada de los famosos Cazadores y el dueño quería que los mejores les ofrecieran un espectáculo. Por suerte, el haber estado convaleciente el día anterior le descartaba. Frente a ellos se pasearon dos hombres y una mujer. La hija del dueño. No tenía la menor idea de cómo lucia, pero por los comentarios del resto de luchadores sabía que se trataba de una joven atractiva.

Nada de aquello le importaba. Solo quería que se decidieran cuanto antes para poder enfrentarse al Arenas y dejarle claro que no podía volver a tocar a Salena. No más marcas en su cuerpo. Al menos no más marcas que la hicieran llorar. Sería distinto si ella quisiera a alguien. En ese caso no se irritaría ni se enfadaría. Sería su decisión. Pero por el momento no era el caso. Esperó pacientemente a que eligieran a los luchadores, se marcharas y el entrenamiento empezara para acercarse al Arenas.
— Pensé que te había dicho que no la tocaras. —Advirtió empuñando su arma con manos firmes. Si tenía oportunidad le rompería la cabeza.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora