Tal y como Morthab había predicho no tardó en quedarse sin energias y fue salena quien tuvo que guiarle por los pasadizos. Escuchaba sus historias de cuando era niño y usaba la información para orientarse. Tardaron casi medio día pero al fin llegarón a lo que parecia un almacén tallado en la propia roca. Sobre una mesa de madera había quedado tiempo atras un remedio a medio preparar que ahora estaba cuajado por el hielo.
—Parece que lo dejarón todo a medias. —murmuró Salena empezando a examinar los distintos tarros en busca del que contenía lo que necesitaban para el Arenas.
—Nos atacarón. Nadie lo esperaba y ellos eran más. Yo y mi gemela escapamos pero nos persiguieron a través de la nieve. Intentabamos descender para pedir ayuda. —hablaba con voz lenta y ronca. Medio ido por el cansancio y la falta de energia magica.
—Supongo que nadie os ayudó. —se atrevió a preguntar de forma indirecta, deteniendose con un tarro congelado en las manos.—Nos alcanzarón antes de llegar al pie de la montaña. A mi me cogierón y le conoci. El hechicero más extraño que jamás había visto. Un ladrón. —se llevo una mano temblorosa al rostro, a los ojos, como si le dolieran de repente.
Salena se estremeció al comprender el motivo. No había nacido ciego. Le habían robado la vista los mismos que le habían separado de su hermana y habían acabado con cualquier cosa parecida a su familia.
—Lo siento, Morthab... —se acercó, dudosa, y se atrevió a ponerle una mano sobre el hombro. La sorprendió que no solo aceptara su contacto, sino que además envolviera su mano con la de él.
Ambos se mantuvierón en silencio unos largos segundos y finalmente Morthab trató de incorporarse.
—Deberíamos volver. Hablar de lo que ya ocurrio no nos ayudará en nada con lo que está ocurriendo ahora. —Sin embargo, apenas hubo pronunciado esas palabras sus pies tropezarón consigo mismos y tuvo que sujetarse a la pared para no caer de bruces.
—Primero descansa un poco. Duerme durante una hora o dos. No podremos volver si no estas despejado. —acarició su rostro y le arrastró hasta algo que en tiempos mejores debía de haber sido un banco.—Pero el Arenas... —empezó a quejarse.
—Al Arenas no le servirá de nada que nos perdamos y una trampa nos haga pedazos. —le interrumpió esperando que su tono dejara claro que no iba a aceptar ningún otro pero.
Los labios pálidos del chico se curvarón en una leve sonrisa y se acomodó como pudo, dejando espacio a Salena para que se quedara sentada a su lado.
—Hacía mucho que nadie me cuidaba. —sonaba a broma, pero no estaba del todo segura.
—Pues acostumbrate. Yo voy a cuidarte, al menos si no huyes. —le apartó el pelo rubio, practicamente blanco, del rostro y su sonrisa se completo.
—No huiré de ti. Me gustas demasiado, Salena. —sus ojos se centrarón en ella un instante y ella se ruborizo por completo.—¿Lo dices en serio?— su propia voz le sonó ronca por la sorpresa.
—Sí. —asintió él acariciandole de nuevo el rostro.Salena respiró hondo y se inclino sobre él para juntar sus labios con los de él de nuevo. Toda ella ardió al instante al sentir su calidez, como respondía a ella. Se separarón y le vio tragar saliva.
—Deberías estar durmiendo. Cuando regresemos te daré más besos.
—Te los reclamaré.Rio sin poder contenerse y rozó de nuevo sus labios, como si se tratase de un adelanto de lo prometido.
—Eso espero.
En el exterior había anochecido en algún momento indeterminado mientras Alana trataba de mantener a Grahal con vida. A esas alturas ya tenía las manos empapadas en sangre y le temblaban cada vez que el hombre soltaba aire, temiendose que no volviera a cogerlo.
—Si te mueres no vas a poder darme la mejor noche de mi vida ¿sabes, maldito engreido? —le dijo como si fuera a servir de algo.
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White and Black
RomanceCuando una mujer era convertida en esclava no solo era condenada a ser usada por todos aquellos hombres con suficiente dinero para alquilarla, sino que toda su descendencia quedaba atada con cadenas. Un niño que nacía esclavo, moría como esclavo. A...