El Espectáculo

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Se acostumbró a estar con el luchador albino a diario, de vez en cuando lograba hacerle charlar algo más. Su aspecto dejó de extrañarle. Las heridas de los latigazos acabaron por curarse y ella se le atendió y se le limpio hasta que solo fueron unas cuantas cicatrices más en su piel blanca. Sin embargo, la llegada del verano trajo consigo el anuncio del inicio de la temporada de espectáculos para los nobles y el miedo volvió a caer sobre ella. Ahora ella era como las demás: era un premio. 

—¿Eres bueno peleando? —Preguntó a Morthab la noche antes de la primera salida. No sabía si se la iban a llevar a ella, a él, a ambos o a ninguno. 

—No diría que soy bueno, pero no soy malo tampoco. — Respondió sin enfocar la mirada.
Salena se había fijado en que, cuando ya hacia horas que era noche cerrada, sus ojos dejaban de enfocarse en aquello que en apariencia miraba. 

—¿Crees que ganarás?

La posible respuesta a esa pregunta la aterraba y había tardado días en reunir el valor suficiente para hacerla.

— Depende de con quien tenga que pelear —No era lo que quería escuchar, pero tampoco era la peor respuesta posible. Morthab era grande, era fuerte. Tenía que centrarse en que no iban a ganarle en caso de que la escogieran de premio.— No te preocupes más de lo necesario. No servirá de nada

Salena se acurrucó sobre sí misma. Eso debía de sonar fácil para él. A él no podían herirle más de lo debido porque en él habían invertido dinero, pero ella solo estaba ahí. Apenas valía lo que costaba mantenerla y donde estaba ella podía estar otra.  

—¿Si me muriera te importaría algo? —No se dio cuenta de que era ella quien hablaba hasta que sus labios se cerraron. Eso no era normal en ella.

Vio como los ojos del chico se abrían de par en par y se enfocaba en ella de golpe. Haciendo que Salena se arrepintiera de haber abierto la boca, sintiendo al momento la necesidad de excusarse y disculparse.

—Yo... lo siento. No quería...

—No te pasará nada.

Esa interrupción la hizo callar bruscamente sin casi procesar sus palabras. ¿Eso significaba que iba a protegerla? ¿O simplemente dudaba de que fueran a llevársela a ella de entre todas las mujeres disponibles? Las preguntas se acumularon en su cabeza en un solo instante pero en lugar de formularlas solo se dejó caer en las mantas y cerró los ojos con la intención de dormir. Eso era más agradable que seguir despierta. Dormir la hacía olvidarse de todo. Incluida de sí misma.


Despertó cuando Morthab la movió por el hombro, con suavidad, haciéndola gruñir antes de abrir los ojos. Apenas tuvo tiempo para otra cosa que levantarse a toda prisa al ver a los vigilantes en la puerta. ¿Iban a por ella o a por Morthab? El chico se puso frente a ella, ocultándola de cualquier mirada con su ancha espalda y en una actitud despreocupada. Todos sabían cómo iban las cosas por lo que en cuanto entraron en la celda Salena se puso en pie a toda velocidad. Llevaban cadenas y eso solo significaba una cosa. Tanto el albino como ella extendieron las manos y Salena rezó por no sentir el frío metal sobre su piel, pero fue inútil. Los grilletes se cerraron alrededor de sus muñecas y ella se sintió palidecer antes incluso de que tirarán de ella fuera de la celda. Miró sobre sus hombros, viendo como algunos vigilantes se quedaban atrás, comprobando si los latigazos de Morthab se habían curado. La chica respiró hondo, tratando de calmarse. Para los luchadores, ir a esas peleas significaba salir herido. No era solo un entrenamiento, las armas tenían filo y siempre había la posibilidad de que en un movimiento accidental o desesperado un corte que solo pretendía herir acabará matando... Cuando cerró los ojos, deseó y rezó que llevarán a Morthab. Se dio cuenta de lo egoísta que era pero su mente quedó en blanco al ver que le sacaban y que algún Dios le había concedido aquello.

Separaron a las mujeres de los hombres y las hicieron subir a una carreta. Reconoció a algunas de las muchachas presentes, la mayoría de su edad o apenas unos años mayores, todas temblorosas y con ojos vacíos. Ninguna había tenido su suerte. Se acurrucó sobre sí misma y esperó a que terminara el largo viaje. Tardaron dos días en llegar y a ellas las recluyeron en las celdas. No tenían derecho a ver el supuesto espectáculo pero cuando anunciaron al luchador cuyo apodo era "Pálido" supo que era Morthab y no pudo evitar auparse hasta una diminuta ventana llena de barrotes que quedaba a nivel del suelo en la arena. Escuchaba el entrechocar del metal y podía ver a Morthab y a otro hombre, este de piel morena, atados entre ellos y manteniéndose espalda contra espalda mientras peleaban con un grupo que les triplicaba. Se estremeció al ver como las heridas se multiplicaban en el cuerpo del albino, tiñéndole la piel de escarlata lentamente. Una de las armas enemigas le hirió en la pierna y lo hizo caer al suelo, su enemigo levantó la espada, listo para asestar el golpe definitivo. Un golpe demasiado definitivo para que Morthab sobreviviera. El arma descendió y Morthab se cubrió inútilmente con el brazo desnudo. El golpe le alcanzó, pero antes de terminar de hundirse en la carne, su compañero se dio la vuelta y pateo al enemigo en el pecho, haciéndole caer de espaldas. Hubo un instante de silenció y el moreno ofreció una mano a Morthab para levantarle, aunque este no la aceptó y se levantó por su propio pie. Los aplausos de los nobles complacidos no tardaron en sonar y los guardias retiraron a los luchadores. Fue entonces cuando empezó el movimiento en la celda donde estaban las mujeres. Las hicieron salir y ponerse todas en fila ante los ojos de todos los luchadores que las examinaban con hambre. 

—Quien ha ganado escoge primero. Arenas, escoge. —Era el apodo del hombre de piel morena que había peleado con Morthab. Ahora que los veía uno junto a otro podía darse cuenta de lo gigantesco que era. El albino debía de estar cerca de los dos metros, pero ese hombre le superaba en una cabeza.

En lugar de responder, el mencionado señaló a... a ella.

—A ella la exijo yo. —Morthab intervino antes de que los guardias pudieran ir a por ella, pero eso no era suficiente para detenerles. La cogieron por un brazo y ella les miró con los ojos abiertos de par en par, en pánico.

—No... —Empezó a suplicar pero ni siquiera pudo formar una frase entera antes de que le asestarán un revés. Perdió pie por un momento y estuvo a punto de caer, pero las manos del luchador moreno le rodearon la cintura y la levantaron del suelo. La cogió en brazos con facilidad, como si pesará menos que una muñeca.

—No la toques. —Advirtió Morthab adelantándose. 

Sin embargo, en cuanto se alejó del lugar que le pertocaba unos cuantos de los soldados presentes desenvainaron las espadas. 

Salena notó como se le formaba un nudo en la boca del estomago. Ella había rezado para que Morthab fuera a pelear y los Dioses se lo habían concedido. Ahora estaba empapado en su propia sangre, agotado y rodeado de hombres armados que si decidían que era una amenaza acabarían con él. Ambos sabían que si hacia lo que no debía se estaba jugando la vida. Por muy valioso que fuera un luchador, si no era controlable era solo una molestia. 

—Está bien. —No iba a ser egoísta de nuevo.— No te preocupes más de lo necesario. No servirá de nada.

Ni siquiera se dio cuenta de que eran las mismas palabras que él había usado la noche anterior en la celda. Pero se quedó quieto. Uno de los guardias se acercó a él y tiró de sus cadenas para alejarle. Probablemente acababa de quedarse sin premio. Una de las chicas se salvaría ese día. Aunque no fuera ella.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora