El Arenas

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La celda era muy parecía a la de la villa de esclavos. Había paja por el suelo y unas cuantas mantas amontonadas a un lado a modo de lecho. El lecho donde iban a... Salena se estremeció solo de pensarlo. Estaba parada en la entrada, incapaz de moverse y temblando como una hoja. Había sido elegida, pero no por Morthab. El hombre que había a su lado era gigantesco y su tez  morena estaba decorada con unos pocos moratones y otros tantos cortes.

—Túmbate, yo quiero lavarme. —Tenía un acento marcado y completamente opuesto al de Morthab. Le recordaba al de su madre.

—¿Eres del desierto?

El chico se giró mientras se echaba agua sobre la espalda usando un trapo mojado, deshaciéndose de todo el polvo y la sangre que manchaba su piel.

—Es evidente, me llaman el Arenas. —Respondió él, sin moverse de donde estaba—. No son muy originales.

—Mi madre también lo... —Salena empezó a hablar, pero el hombre le hizo un gesto para que guardara silencio.

—No quiero saber nada del desierto. —Gruñó cortando la conversación al momento—. Quiero que me hables del chico de hoy, el que quería exigirte.

— ¿De Morthab? —Inquirió, poco convencida—. ¿Por qué?

—Porque es tu forma de librarte de lo que te está haciendo temblar. Puedes escoger entre responder mis preguntas y que pasemos el rato hablando o que lo pasemos de otro modo. Tú eliges. —Su voz se había vuelto fría, extrañamente carente de emoción.

Ese tono era en cierto modo tranquilizador. Al menos lo prefería a la rabia o al odio que había escuchado en otros luchadores, en aquellos luchadores que se decía que golpeaban y maltrataban a sus premios.

—No hay mucho que pueda decirte. —No quería traicionar a Morthab pero en ese mismo instante estaba aterrorizada. Tampoco era como si ella conociese ninguno de sus secretos, no sabía ni siquiera si tenía algún secreto.

—Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado desde que le conoces. Cualquier cosa que hayas notado, cosas que creas que no tienen importancia. Quiero saberlo todo.


Le habían atado de manos y pies en cuanto le habían alejado de las mujeres. Se habían llevado a Salena porque él había sido demasiado débil, porque no había ganado a los suficientes enemigos. No sabía que pasaría con ella, pero sus últimas palabras seguían grabadas en su mente "No te preocupes más de lo necesario. No servirá de nada". Era una estupidez, no podía dejar de preocuparse. Si ese hombre la hería, si ese hombre le hacía algo... iba a matarlo. Lo había decidido. Iba a matarlo en uno de los entrenamientos y no le importaba el castigo que pudiese conllevarle.

Las horas pasaron y cuando amaneció, finalmente, fueron a por él. No le soltaron pero le llevaron a la carreta con el resto de luchadores. Buscó con la mirada la otra carreta, la que llevaba a las mujeres, donde estaría Salena.

—¿Te da miedo que la haya matado? —Reconoció quien le hablaba por su voz y por su acento. Era el hombre de piel oscura con que había peleado y quien se había llevado a Salena.

—¿Le has hecho algo? —No pretendía que su enfado se le reflejara en el rostro pero estaba seguro de que lo estaba haciendo.

—¿Te refieres a algo a parte de lo que se suponía que iba a hacerle? —La voz del Arenas era desquiciantemente calmada.

—No la has tocado. —Necesitaba saber que no lo había hecho. Que Salena había estado bien.

El hombre se mantuvo en silencio unos segundos, como si juzgara cuál era la respuesta que iba a dar.

—Cierto. No la he tocado, pero tampoco es que haya dormido. De modo que voy a tener que aprovechar el viaje. —Apoyó la espalda en los barrotes y cerró los ojos. Dispuesto a dormir.

—¿Qué? Espera, no te duermas. No te atrevas a... —Se quedó callado al escuchar los ronquidos.
Era surrealista. Era imposible que se hubiera dormido tan rápidamente—. ¡No te duermas! ¡Arenas ¿me oyes?!

Pero no hubo ninguna respuesta. ¿Cómo diablos podía dormirse tan jodidamente rápido? ¿Si no la había tocado por qué diablos no había dormido? ¿Qué diablos había pasado entre ambos?


Tardaron más regresando de la mansión a la villa que yendo, pero la carreta seguía siendo igualmente incomoda. Salena iba sentada en un rincón, rodeada de sus compañeras, algunas de las cuales trataban de disimular o controlar sus sollozos. Ella no podía evitar sentirse afortunada. Había esquivado ese destino dos veces y dudaba de que ese milagro se repitiera una tercera. Le dolía ver a esas chicas llorando pero no podía cambiarse por ninguna y, siendo sincera consigo misma, sabía que no quería. ¿Hasta qué punto era eso egoísta? Se abrazó las piernas y apoyó la barbilla en las rodillas, esperando  llegar. Iba a tener que hablar con Morthab, las preguntas que ese hombre le había hecho le habían dado mala espina y quería avisarle y explicárselo todo.

Cuando llegaron de nuevo a la villa, las llevaron a todas a las celdas y, aunque al bajar Salena trato de buscar a Morthab con la mirada para hacerle algún gesto o algo para que supiera que estaba bien, no logró encontrarle y acabo regresando a la celda que le pertocaba mientras el encargado de ello examinaba las heridas de los luchadores recién llegados, enviando a unos pocos al entrenamiento y al resto de regreso. Morthab, por suerte, fue de los últimos. Al verle Salena se levantó, dispuesta a abrazarle pero parándose al no saber si él aceptaría el gesto.

—Hola... —Balbuceó sin saber qué más añadir.

—¿Qué te hizo? —Morthab hizo la pregunta mientas se acercaba a ella a toda velocidad, como si fuera a comprobarla, pero en lugar de sujetarla y acercarse para hacerlo, solo se quedó plantado frente a ella mientras una leve brisa parecía recorrerla.

—Nada. —Respondió lo más rápido que pudo, tratando de ocultar el estremecimiento que le causaba ese viento que le recordaba las preguntas del Arenas—. Él estaba interesado en ti. Solo quería que le hablara.

—¿De mí? —Eso logró que el desconcierto se reflejara en el rostro del albino—. ¿Crees que está interesado en los hombres?

No es que fuera extraño. Algunos de los luchadores preferían a los hombres y el jefe de la villa no tenía problema en conseguírselos como premios, solo era cuestión de pedirlos.  

—No era ese tipo de interés. Creo... creo que él sospecha que eres un mago. —Se le escapó una risa nerviosa al decirlo.

Morthab se sentó en las mantas y ella hizo lo mismo, mirándole por el rabillo de los ojos al ver que no lo negaba de inmediato. Era una estupidez. Cualquier mago podía escapar de esas celdas con un par de hechizos, ser libre. Nadie aguantaría todo eso sin motivo.

—¿Y tu qué le dijiste? —Se giró para mirarla y ella observo sus ojos sin color. No podía ser un mago.

—Nada. No me lo preguntó abiertamente. —Habló lentamente, todavía mirándole con precaución, esperando todavía la negación—. Pero es una estupidez ¿No?

Cada año un grupo de Cazadores acudía a la villa como invitados del jefe y se les ofrecían espectáculos, comidas y todo cuanto quisieran. Si Morthab fuera un brujo ya le habrían descubierto.

—Es una estupidez. —Asintió finalmente el albino.

Sin embargo, sus palabras sonaron huecas a oídos de Salma. Nada tenía sentido para ella pero quizás si le preguntaba al Arenas este le explicaría lo que quería saber.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora