Mal Plan

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Siendo esclava en la villa, Salena había aprendido a cumplir con todas las tareas de limpieza y cocina, desde hacer pan a limpiar un establo. Pero nada le había gustado menos que lavar la ropa, cosa que ahora, una vez liberada, se estaba viendo obligada a volver a hacer. Había tenido la esperanza de dejar atrás la desagradable tarea de restregar la tela contra la tabla de madera desde la salida del sol hasta su puesta, pero allí estaba: arrodillada, empapada y restregando. Se consolaba pensando que eran menos horas de las que le exigian cuando era esclava pero no resultaba un pensamiento muy alentador. Necesitaban encontrar al cargo más alto del campamento cuanto antes. Grahal probablemente hablaría con los hombres que trabajaban con él y ella ya se había enterado que había una zona del campamento, la más central, donde solo un puñado de criadas tenía permiso para entrar. De modo que su objetivo era lograr ser una de las pocas elegidas, aunque no tenía ni idea de como lograrlo.
No fue hasta un par de horas antes del anochecer que Grahal y ella pudieron reunirse para ir a buscar la cena ofrecida a los trabajadores. Una mezcla de arroz con caldo y carne les fue servida en un bol y luego dejarón marchar para que buscaran un lugar donde sentarse a comer.

—En el centro del campamento hay una zona donde duermen los oficiales, pero esta vigilada y no todo el mundo puede pasar— informó en cuanto hubieron tomado asiento. —aunque dejan pasar a algunas criadas para las tareas. Creo que podría intentar...
—No. —negó al momento Grahal— he estado hablando con un par de hombres. A final de mes suelen aceptar quense alisten soldados, esperaremos a entonces.
Había algo más tras esas palabras pero Salena no llegó a descifrarlo.
—Bueno... Pero para eso queda mucho. Puedo intentarlo de mientras y ver qué ocurre.
—Sería mejor no... —se cortó al ver un soldado acercarse a ellos y detenerse a su lado. Les miro a ambos durante unos largos segundos y luego les hizo un gesto para que se pusieran de pie.

—El capitán quiere veros. —informó con gesto serio.
Salena vacilo un instante antes de obedecer y, tras ella, Grahal también de levantó en un movimiento fluido que delataba que se estaba preparando para luchar si la situación lo requerría.
—No, solo a ella. No a vos. —Indicó el soldado dirigirndose al luchador.

—Bueno, es mi hermana. Comprenderá que no puedo dejar que vaya sola en mitad de la noche a ver a un hombre. —Sonrió, tratando de que su excusa sonara natural, pero Salena podía ver la tensión que quedaba oculta y como sus ojos se detenían un instante más de lo necesaria en la espada del que podía ser su adversario.

—Bueno, podeis acompañarla, supongo, pero si al llegar os mandan marcharos que no os sorprenda. —advirtió encogiendose de hombros al tiempo que empezaba a andar para guiarles entre las tiendas hasta el circulo interior.

—Vaya, eso ha sido rápido. —Comentó un hombre con armadura y capa cuando les vio acercarse.
A Salena le resultaba familiar pero no era capaz de recordar el motivo exacto.
—Señor... —Saludó primero Grahal, inclinando la cabeza, y luego Salena, extendiendo su falda a un lado torpemente.

—¿Tu quién eres? —preguntó mirando al hombre del desierto.
—Su hermano, mi señor. —Se presentó dando un paso al frente para decir su nomvre y ocultando a Salena en el proceso.

—Bueno, es posible... —asintió mirandoles a ambos.

Se quedarón en silencio unos largos segundos en que el hombre no hizo nada más que examinarles a ambos con ojos escrutadores. Salena podía ver como Grahal iba poniendose nervioso, los musculos de sus brazos iban marcandose e iba abriendo y cerrando las manos en un intento de deshacerse de la energia que le empujaba a salir de ahí en ese mismo momento. Salena no era distinta. Procuraba que sus ojos no se encontraran con los de nadie más y todo su cuerpo estaba estremecido por la sensación de que algo iba realmente mal. Deseaba no tener razón, que no se tratara de nada más que un mal presentimiento, por lo que cuando el hombre de la armadura suspiró casi se vio salvada.
—Bueno, que se le va a hacer. —les dio la espalda para dirigirse a la tienda más grande —Prendedles por amigos de hechiceros.

En cuanto pronuncio la orden todo se volvio un caos. Grahal se lanzó hacia el soldado más cercano, adelantandose a su intento de desenvainar para robarle el arma. La espada de dos manos no era su arma favorita pero como luchador sabía usarla. Desvió el primer estoque que le llego desde uno de los flancos y se apresuró a tomar una figura de defensa.
—Cogedlo sin matarlo. Hay que interrogarles a ambos. —la nueva orden hizo que los soldados rebulleran y se movieran para cambiar de postura.

Grahal tragó saliva mirando a sus adversarios. No eran solo soldados, eran espadachines, las formas que habían adoptado eran de esgrima de alto nivel y ninguno de ellos parecia sentirse incomodo con el arma en las manos. Estaba seguro de que ese cerco iba a ser su tumba.
—¡No somos amigos de hechiceros, hemos venido buscando un trabajo honrado!— gritó Salena desde su espalda. Una bonita mentira y dicha con la suficiente desesperación para que pareciera real.

—Sois amigos de hechiceros. De Alana o del albino probablemente. Tu estabas en la villa como esclava, estaba presente cuando serviste la cena. Saltaste de una ventana y te salvo la magia del albino, por lo que eres su amiga o su amante. Y él —señalo a Grahal con un gesto de cabeza— si es tu hermano, en el mejor de los casos, es un esclavo fugado. Suficiente motivo para apresarle también.

Grahal apenas podía creerse que de todos los malditos cazadores existentes hubieran ido a cruzarse con uno que, no solo estuvo en el motin de la villa, sino que además se fijo en Salena.
—Tienes que irte.— Susurró a la chica deseando que entendiera que se refería a que debía escapar para avisar a Morthab y a Alena que el plan había sido un fracaso absoluto. Dudaba que con él fueran a ser amables pero él había pasado ya por mucho, había recibido más castigos de los que podía recordar siendo esclavo y había participado en más peleas de las que estaba dispuesto a tratar de contar. Si le torturaban descubririan que tenía un umbral de dolor alto y que, si le drogaban para sonsacarle información no eran capaces de entenderle porque hablaría en su lengua natal. Sin embargo Salena no era como él y si la quebraban llegarían a Alana... Y se negaba a permitir que eso ocurriera. Además, confiaba lo suficiente en Morthab como para suponer que no le iba a dejar abandonado a su suerte.

—Pero... —La queja de Salena no llegó a terminar de formularse. El primero de los espadachines atacó y Grahal tuvo que moverse a toda velocidad para desviar la estocada. Nunca había sido lento pero no fue lo suficientemente rápido como para evitar que la hoja de su oponente probara su carne. El ataque le rozó en el pómulo antes de cambiar de rumbo y obligarle a agacharse para conservar la cabeza en su lugar original.
—¡Ahora!— Gritó a Salena, logrando que obedeciera y se marchara a todo correr.
Nunca conseguiría ganar a un grupo como aquel. Si lograba entretenderles lo suficiente ya lo consideraría un milagro.

Uno de los hombres trató de salir tras la chica por lo que Grahal se apresuró a ejecutar una de las figuras sencillas que había aprendido en el desierto. No estaban pensadas para espadas de dos manos pero se limitó a adaptarla lo mejor que pudo dado el momento. Su arma alcanzó al intento de perseguidor y secciono limpiamente uno de sus brazos.
—Vaya... Esto está más afilado de lo que creía. —Bromeó recuperando una postura de defensa mientras el hombre, ahora manco gritaba.

Los rostros a su alrededor se ensombrecierón y el hombre del desierto tragó saliva. Quizás su comentario estaba fuera de lugar.

Rechazó los dos siguientes ataques gracias a su velocidad, los dos que vinierón tras esos fue pura suerte lo que evitó que le alcanzaran y, probablemente, que le atravesaran. Pero hasta ahí duró su combate. Le desarmarón usando una figura de la que ni siquiera sabía el nombre y cuando trató de lanzarse a iniciar una pelea de puñetazos una hoja enemiga le mordió la parte trasera de las piernas, haciendole caer de bruces al suelo.
—¿Le has cortado los tendones? —Pregunto alguno de los hombres contra los que había estado luchando.
—No creo. Pero tendremos que arrastrarlo. —Comentó alguien en respuesta.
Grahal levantó la mirada, viendo el cielo oscurecido por el humo de un incendio. El único pensamiento que le cruzó la mente mientras le ataban de pies y manos fue que le habría gustado ver las estrellas.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora