Nombre

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El Arenas salió de la taberna con mucha peor pinta de la que tenía al entrar. Alguno de los golpes que había recibido le había alcanzado en el pómulo y ahora se le estaba hinchando. Salena sabía que su ropa escondía muchas otras heridas, más o menos graves, aunque ninguna realmente peligrosa.

—Vamos a comprar lo necesario y regresamos con Morthab y...

—¿Por qué a él le llamas por el nombre? —La pregunta la cogio con la guardia baja y por un momento estuvo a punto de tropezar con sus propios pies.
— ¿cómo?

— Al Blanco le llamas por su nombre, pero a mi me llamas Arenas, que es mi apodo. —se explicó con voz calmada sin dejar de andar y sin acusar, en apariencia, la sorpresa de la chica.

— Porque cuando le pregunte me dijo que era su nombre. —a ella se le hacia evidente, pero para el Arenas parecia que no lo era tanto.

— A mi no me preguntaste el nombre. —Había cierto tono de queja en su voz así que Salena tuvo que examinarle el rostro neutro durante unos segundos para asegurarse que no mentia.

—Tu ibas a violarme. —Dio la conversación por zanjada con eso y entro en una tienda de telas que había abierto con los primeros rayos de sol.

Comprarón ropa para el viaje y las capas más gruesas que alcanzarón con el dinero que habían conseguido, guardando una parte para conseguir carne seca más tarde.
Cuando al fin salierón de la ciudad ya era media mañana y casi no quedaban sombras en las que resguardarse del intenso calor. El verano se estaba acercando y su temperatura ya se dejaba notar. Se alejarón del camino hasta el bosque donde se habían separado de Alana y Morthab pero ambos habían desaparecido.

Por la mente de Salena pasaron al mismo tiempo dos ideas igual de locas: Primero, que ambos habían huido juntos. Y dos, que los cazadores les habían encontrado.

—Alguien les ha atacado.

Salena se giro para mirar al Arenas que examinaba un par de ramas rotas a la altura de su antebrazo. Hasta que la chica no se acerco no vio lo que había llamado la atención del luchador. La reciente rotuta estaba pintada de rojo sangre.

—Le han herido. —Ni siquiera de planteo que esa sangre fuera de los atacantes o de Alana.
—Puede. —los ojos del Arenas regresaron a ella.— Vamos, hay un rastro que podemos seguir.

El ritmo de las gotas de sangre cayendo a sus pies le recordaba a cuando había perdido su hogar, su familia... Solo que ahora no veía el rojo sobre el blanco. Ahora no veía nada, solo oscuridad. Pero el sonido era suficiente, entre eso y el recuerdo de la pequeña pelea que había tenido con los vandidos tenía suficiente para saber lo que estaba pasando. Les estaban guiando a su guarida, quizás para marcarles, aunque cuando lo intentaran se encontrarían la sorpresa de que no son los primeros.

—¿Dónde vamos? —alana estaba sin duda a su lado. Su respiración era trabajosa y no dejaba de hacer preguntas que era evidente que nadie pensaba responderle. Esa ya era la cuarta vez que la formulaba.

Pasaron horas andando sin tener ni idea de hacia donde y cuando al fin se detuvieron Morthab notó el aroma de la piedra mojada que caracterizaba las cuevas. Una guarida de lo más mediocre a decir verdad.

—Poned los hierros al fuego. —una voz ronca y desagradable dio la orden y alguien se movio para obedecerla.

—Alana, ¿sabrías regresar desde donde estamos?— fingió que la miraba, deduciendo más o menos la situacion de sus ojos por su altura.

—No ¿Cómo iba a saberlo? Llevaba los ojos vendados. —sonó tan frustrada como indignada.

—Yo podría tener una idea, pero no sé orientarme.

White and BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora