Cuando amaneció Alana todavía estaba despierta. La hoguera que había frente a ella había quedado reducida a brasas y ya hacia horas que no había ni música ni fiesta, pero ella no había podido dormir a pesar del cansancio y el silencio. Y todo por culpa del estupido del Arenas. Solo con recordar la escenita que le había montado en el bosque sentía como toda ella se aceleraba, le aumentaba el pulso y los musculos se le tensaban. Nunca dejaría que ningún hombre la acorralara de ese modo, por muy atractivo que fuera. Resopló frustrada consigomisma. Ese hombre era un esclavo, peor que un esclavo: era un luchador, la peor opción posible para tener cerca. Y a pesar de todo, hasta el momento, solo la había protegido. Era irritante.
—Alana, nos vamos ya. —la voz de Salena la cogio por sorpresa pero lo disimulo levantandose de golpe.
—Bien, cuanto antes nos movamos más terreno recorreremos.
Echaron a andar tras despedirse del supuesto hermano del Arenas y pronto llegarón al pie de una gigantesca montaña cuya cumbre se perdía más allá de las nuves.
—¿no tendremos que subir mucho no?— Salena miraba hacia arriba con mala cara, como si la sola idea lograra revolverle el estomago.—No, hay un paso bastante abajo, además, estamos en primavera, aunque tuvieramos que subir un poco no sería peligroso... —el albino se vio interrumpido por el Arenas:
—Siempre y cuando no estalle una tormenta, claro.
Las tripas de Alana parecierón sumarse a las de Salena. Si una tormenta les cogía ahí arriba... Prefería no pensarlo mucho.
—Entonces mejor que nos pongamos en marcha mientras el cielo está despejado. —Sintió la mirada del albino clavandose en su nuca, acusadora.
Estaba segura que el gigante blanco estaba esperando a que Grahal se despistara con ella para matarla. Alana recordaba perfectamente que, al contrario de Salena que había nacido esclava y del Arenas a quien habían comprado, a él lo había capturado su padre tras encontrarlo inconsciente al lado de la villa. Los primeros días habían sido amables con él, esperando a que alguien fuera a buscarlo o a que él mencionara el nombre de sus padres, pero al ver que estaba solo y que nadie le echaría de menos su padre le había marcado como esclavo a traición. No es que ella hubiera tenido nada que ver, no había llegado a hablar o tratar con él de ningún modo, pero lo ocurrido le había dejado un sabor desagradable. Ahora era posible que esa jugarreta le costara la vida.
La ascensión resultó bastante sencilla al principio, pero conforme el sol fue recorriendo el cielo todo se fue complicando. Hubo partes en las que directamente tuvierón que escalar por paredes de roca para pasar.
—Menos mal que era un paso. —gruño Grahal la tercera vez que saltarón una grieta cuyo fondo quedaba fuera del alcance de la vista.
—No esperaba que todo hubiera cambiado tanto. Antes mi gente tenía escaleras y puentes escondidos alrededor.— Con eso el Blanco dio todo por explicado y siguio el supuesto camino.
Pero eso solo dejó a Alana con la cabeza llena de preguntas. ¿Quién era "su gente" y por qué habían dejado de cuidar el paso?—Si "tu gente" está cerca podrían ayudarnos. —Se atrevió a sugerir mientras avanzaba entre la maleza tratando de ignorar los arbustos bajos que se le enredaban en los tobillos.
—Los muertos no suelen dar mucha ayuda. —Una forma brutal de acabar con cualquier tipo de conversación.—¿No queda nadie con vida? —Por lo visto, Grahal no había notado las pocas ganas que tenía su compañero de seguir hablando del tema.
—No, al menos aquí. Puede que en otro reino quede una persona, pero está montaña esta desierta. —aseguró sin dejar de andar.
—¿Cómo puedes estar seguro que no queda nadie? Si tu sobreviviste puede que otros lo hicieran. —Insistió Grahal de nuevo.
Alana estuvo tentada de darle un codazo para que mantuviera la boca cerrada pero antes de que llegara a hacerlo las palabras de Salena la detuvierón.
—Podemos ir a comprobarlo si quieres. Si queda alguien estará encantado de verte. —posó una mano en el brazo del albino y Alana tuvo que parpadear ¿Estaban juntos o no? En las celdas ella había sido su premio, pero desde que habían salido no había visto ningún gesto de cariño. Pero eso lo era. Eso era un gesto de cariño. ¿Qué se estaba perdiendo?
—Bueno, tampoco tenemos que desviarnos mucho... —murmuró el luchador albino cambiando la dirección de sus pasos.No es que Grahal no hubiera visto nunca nieve, había pasado suficientes años para ver unas cuantas nevadas, era que nuncq había visto TANTA nieve. Era como caminar undido hasta la cintura en cuchillos. Hacia mucho que había dejado de sentir los pies y empezaba a preocuparle que se le cangregaran y tuviera que cortarselos. Cuando había animado al albino a ascender para comprobar si quedaba alguien de su tribu con vida no se le había ocurrido que tendrían que subir tanto. Por mucho que se esforzara no lograba mantener el paso del maldito Blanco quien, hasta que no había visto resvalar a Alana, no había aflojado el paso.
—No queda mucho— repitió Morthab señalando algun punto indefinido.
Había estado afirmando lo mismo durante las últimas tres horas, así que Grahal ya no de molestaba ni en intentar distinguir su destino.Sin embagro, tras unos pocos minutos el nivel del suelo empezo a ascender y el de la nieve al bajar hasta desaparecer a sus pies. Grahal se encontró de golpe en el interior de una gigantesca cueva cuyas paredes estaban plagadas de hielo.
—Este sitio es gigantesco. —Murmuró Salena al mirar alrededor.
—Viviamos varias familias aqui. Tenía que ser grande. —informó Morthab, como si a alguien realmente le importara.El luchador del desierto, por su lado resopló, demasiao ansioso por encontrar algo parecido a madra con que encender un fuego. Como si el mismísimo Dios del Azar hubiera descendido se fijó en el montón de troncos amontonados al final de la cueva.
—Genial. Pero antes de hacer cualquier otra cosa necesitamos calor. No quiero tener que cortar ningún dedo a nadie por una cangregación. —pasó al frente del grupo, directo.
Escuchó al albino gritarle antes justo antes de escuchar un fuerte crujido seguido de un agudo siseo. Lo siguiente que sintio fue el brusco golpe en el hombro. Salió despedido hasta el otro lado la cueva y chocó con la padred. En cuanto su cabeza se golpeó todo se volvió completamente oscuro.Fue tan repentino que apenas le dio tiempo a gritar una advertencia. Morthab trato de invocar el aire para detener el ataque pero fue inútil. Una de las paredes se había agrietado y de la brecha había surgido un chorro de agua con suficiente presión como para lanzar al Arenas por los aires, dejandolo en el suelo, empapado, inconsciente y con un charco de sangre extendiendose a su alrededor.
—¡Grahal!— Alana corrió hasta él y se arrodillo a su lado para tratar de reanimarlo, ignorando las posibles trampas de alrededor.
Pero, a pesar de la urgencía de la situación, Morthab no era capaz de moverse. Conocía la energía que había provocado aquello. La recordaba de cuando le había recorrido, de cuando le había arrebatado la vista.
—Mothrab, no se despierta. —Solo la voz de Salena le hizo regresar al presente.
El albino examinó el resto de la cueva con su energia, desactivando el resto de trampas antes de acercarse al Arenas. Se inclinó sobre él, pero Alana le detuvo.—Necesitamos medicina. Esto antes era tu hogar. ¿Dónde la guardabais?— La chica estaba tan pálida que su cabello rubio parecía oscuro a comparación.
—Salena y yo vamos a por ello. Necesitaré ayuda para llegar, no puedo seguir usando mi magia. —le hizo un gesto a Salena para que le siguiera y echó a andar en dirección al fondo de la cueva.—¿Estás demasiado cansado para esto? —la miró por el rabillo de los ojos como si pudiera verla. Le encantaría poder hacerlo. Sabía que era preciosa, pero quería verla. Le hubiera encantado.
Trató de quitarse eso de la cabeza. Necesitaba centrarse en lo que estaba por delante.
—Habrá más trampas y necesito conservar mi energia para tratar con ellas. Necesitaré que me guies cuando no pueda mantener este hechizo para ver. —explicó volviendo a centrar su atención al frente.—No podemos tardar mucho. Podría desangrarse o... —ni siquiera ella quería pensarlo.
Necesitaban al Arenas y le gustara o no, le soportara más o menos, había empezado a considerarlo un compañero, quizás un amigo. Un amigo irritante pero un amigo a fin de cuentas. Y no quería perderle. No quería perder a nadie más.
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White and Black
RomanceCuando una mujer era convertida en esclava no solo era condenada a ser usada por todos aquellos hombres con suficiente dinero para alquilarla, sino que toda su descendencia quedaba atada con cadenas. Un niño que nacía esclavo, moría como esclavo. A...