No podía evitar temblar ante el miedo de sentirse arrastrada por los pasillos de las celdas hacia el exterior. Ni siquiera se fijó en que cruzaba el patio de los luchadores hasta que la ataron a un poste en un extremo y los ojos se le anegaron de lágrimas. El mismo hombre que la había descubierto robando le desgarró la parte trasera del vestido para dejar la piel de su espalda al descubierto, logrando llamar la atención a alguno de los luchadores, aunque no tardaron en regresar a sus ejercicios al primer grito de su entrenador. Por un momento casi tuvo la esperanza de que Morthab la salvara, que se enfrentara al soldado y la defendiera. Pero eso era una estupidez. La iba a destrozar y lo sabía. Si no le había dicho el número de latigazos era porque no iba a detenerse hasta hartarse. Estaba tratando de mentalizarse, de asumirlo cuando escucho barullo: el sonido de una lucha que no era parte del entrenamiento. Miró por encima de su hombro y se encontró con que el hombre que debería estar castigándola se había visto obligado a olvidarse de ella para ir a detener una pelea. Varios esclavos se habían enzarzado en una batalla que parecía más propia de perros rabiosos que de hombres. Un luchador tiraba del pelo blanco de Morthab en un intento de sacárselo de encima mientras este le golpeaba el rostro con los puños. Otro de los luchadores se lanzó sobre el albino por la espalda pero, de algún modo, este le vio y se apartó justo a tiempo para evitarlo. Los vigilantes irrumpieron gritando ordenes.
—¡Parad! ¡Separaros! ¡Separaros os he dicho!
Salena miraba la pelea incapaz de reaccionar, todavía con las manos atadas al poste y viendo como finalmente y solo gracias a la fuerza coordinada de seis soldados la pelea se detenía.
—¡Llevadlos abajo! ¡El resto a sus celdas! ¡YA!
No se movió un solo centímetro mientras la desataban, siguió a quien cogió sus cadenas con la mirada baja. Fue obediente y dejó que la encerraran en la celda de Morthab. Pero en esta ocasión él no estaba. Se acurrucó sobre las mantas y se abrazó las rodillas todavía con el vestido roto.
Todavía tenía las mejillas húmedas cuando escuchó pasos en el pasillo que había a lo largo de las celdas. Salena se alejó de la puerta notando como se le creaba un nudo en la boca del estomago al ver como dos de los vigilantes arrastraban a Morthab hasta arrojarlo en la celda para luego cerrar de nuevo y marcharse murmurando y maldiciendo. La chica se quedó mirando al luchador unos segundos, incapaz de moverse al ver como la sangre escarlata dibujaba líneas perfectas sobre la piel pálida y pequeños hilos de esta le resbalaban hasta gotear en el suelo. Podía escuchar su respiración lenta y trabajosa.
—¿Morthab? —Murmuró con un hilo de voz, asustada por el posible enfado que el dolor podía conllevar.
Al escucharla, el albino levantó la cabeza bruscamente, mirándola sin que sus ojos muertos llegaran a enfocarse en nada.
—¿Te han traído aquí ya? —Preguntó tragando saliva, apoyándose en las manos para levantarse pero gruñendo al notar el dolor que eso le causa.
—Sí... ¿Qué te... qué te han hecho?
—Me han castigado por armar jaleo en el entrenamiento. —Se explicó medio arrastrándose hacia las mantas, allí mismo se tumbo y cerró los ojos.
—¿Y por qué has armado jaleo?
Casi esperaba que le dijera que lo había hecho por ella. Porque la había visto y había querido salvarla aunque al hacerlo le castigaran a él mismo.
—Me han insultado y yo le he golpeado, luego él me lo ha regresado.
Salena asintió levemente, sin poder evitar sentirse algo desilusionada. Le miró de nuevo. Hubiera peleado por lo que hubiera peleado ahora estaba hecho un asco. Suspiró levemente y cogió el trapo y el cubo que les daban para limpiarse, acercándose a él para empezar a curarle. En cuanto la tela toco su las heridas el cuerpo del luchador se estremeció y Salena palideció un instante. Había luchadores que no soportaban que otras personas les tocaran y podían reaccionar incluso a golpes.
—¿Puedo? —Preguntó a pesar de haber empezado ya a curarle.
—Sí, aunque no hace falta.
Eso logró calmarla y siguió deslizando el trapo por su espalda, procurando hacerlo de la forma más suave posible para que no le doliera.
—Si las heridas se dejan sin limpiar se infectan y si se infectan... —Calló mordiéndose el labio. Lo último que Morthab necesitaba es que le hablara de lo que ocurría en ese caso.
—Hay que cortar la carne podrida, lo sé. —Completó por sí mismo, con voz cansada y sin poner más pegas a sus cuidados.
Lentamente, el agua fue tiñéndose de rojo y tras unas pocas horas la chica se apartó con la intención de anunciar que ya había terminado. Pero cuando vio su rostro se lo pensó mejor. En algún momento se había quedado dormido y ahora sus ojos estaban cerrados y su expresión relajada. Se le veía incluso atractivo de ese modo. Sus rasgos no eran en absoluto feos, pero la palidez de su piel y su cabello blanco los eclipsaban al darle un aspecto exótico. Alargó una mano hacia él, para apartarle el pelo de la cara, pero se detuvo antes de llegar a hacerlo. Empezaba a sospechar que, aunque la encontrara despertándole o molestándole, no iba a herirla, pero necesitaba descansar. Se apartó y fue a sentarse en el mismo sitio que él había ocupado las noches anteriores. Se abrazó las piernas y tiró de su vestido para cubrirse lo máximo posible y evitar el frío. Antes de darse cuenta ella también quedó dormida.
Despertó de un sueño incomodo e intranquilo de golpe cuando una mano la movió por el hombre. Temió haber dormido más de lo necesario, que los guardias la hubieran encontrado con la guardia baja y fueran a... sus pensamientos se cortaron al notar que se trataba de Morthab.
— Ve a las matas. —Era una orden pero su voz era suave, como si hubiera notado su miedo.
— E-Estoy bien aquí. Tú estás herido, deberías descansar en las mantas.
Él negó con la cabeza y señaló las mantas con un gesto vago, insistiendo en silencio. Salena acabó por suspirar, sin querer insistir, aunque por primera vez, no por miedo a las represalias violentas que el luchador pueda tomar. Se levantó y volvió a sentarse, esta vez en las mantas, tal y como Morthab le había mandado. Fue entonces cuando notó algo en el bolsillo y se dio cuenta de que seguía teniéndolo. Sacó el pedazo de pan y se lo tendió al luchador, incapaz de esconder su sonrisa. Quizás al final sí que iba a poder sorprenderle tal y como había querido.
— ¿Qué es eso? —Su única reacción fue arquear una ceja.
— Pan. —Respondió ella, algo avergonzada por sus ilusiones infantiles. Nada indicaba que fuera a aceptarlo, por lo que se apresuró a añadir: —Del bueno: del que comen los guardias.
Sus carcajadas la cogieron completamente por sorpresa. Aunque tenía la voz algo ronca sonaban alegres y claras, cálidas a pesar de la apariencia fría que le había mostrado hasta ese justo instante. Sin saber exactamente el motivo, la esclava se ruborizó hasta la raíz del pelo.
—¿Lo has robado en las cocinas para mí?
—Sí. Pensé que... —Se calló antes de decir que había pensado que quizás con un regalo lograría hacerle cambiar la expresión.
Morthab estiró la mano y cogió el pan y partiéndolo en dos pedazos irregulares.
—Con los latigazos se me ha pasado el hambre, pero no voy a hacerte el feo de no comer nada.
Salena aceptó el trozo que le regresaba y se lo llevo a la boca para empezar a comer. Queriendo tener una excusa para no responder. No había esperado verle reír. Al final, quien se había llevado la sorpresa había sido ella.
ESTÁS LEYENDO
White and Black
RomanceCuando una mujer era convertida en esclava no solo era condenada a ser usada por todos aquellos hombres con suficiente dinero para alquilarla, sino que toda su descendencia quedaba atada con cadenas. Un niño que nacía esclavo, moría como esclavo. A...