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Varias personas contagiadas vagaban por el exterior de la casa. No molestaban a nadie. O más bien no se movían a menos que percibieran ruidos fuertes o presencia cercana. Lentamente se alejaban de la casa de (t/n):  tres o cuatro días después del desastre ya no quedaba ninguno cerca.

Apenas estuvo segura de que no corría peligro salió silenciosamente para cerrar la reja delantera. La casa estaba rodeada por muros cubiertos de hiedra que la protegían relativamente. Sin contar las verjas que dividían el patio en dos. (t/n) estaba guardando la llave en su bolsillo cuando uno de los enfermos — o lo que fuera — pasó arrastrando los pies. El corazón se le subió a la garganta, sus piernas temblaron. Ahogó un gemido poniéndose una mano en la boca y otra en la garganta. Los ojos muertos la miraron sin verla. Tras un largo rato se alejó, permitiendo a (t/n) moverse al interior de su casa. Ahí estaría a salvo.

Estaremos a salvo, se corrigió mientras miraba a los niños.

Había pensado que los niños serían peligrosos, llorones y molestos. Error. Resultaron bastante tranquilos. Estaban muy bien educados, no hacían demasiado ruido y — debía reconocerlo — eran adorables.

Los miró jugar con el gato mientras preparaba la comida. Su refrigerador estaba lleno de alimentos perecibles que cocinó como pudo antes de que se pudriesen. Aunque conocía pocas recetas era capaz de preparar algo aceptable: estómagos vacíos significaban cerebros vacíos. Lo bueno de ser una chica de campo era que solía comprar conservas en grandes cantidades. Las latas y frascos se alineaban perfectamente en sus alacenas, por lo que sabía que si las cosas se ponían feas podrían resistir un poco.

Al menos su casa era un lugar seguro... por el momento. El suministro de luz y agua era constante, la señal telefónica era aceptable. Los niños tenían celulares e intentaron llamar a sus padres. Luego a sus hermanos. Luego a la embajada. Wendy marcaba número tras número sin siquiera buscar en sus contactos.

No hubo respuesta. (t/n) se lo esperaba, así que mientras conectaba los dispositivos a la corriente explicó a los niños probablemente la señal colapsaba porque todos llamaban al mismo tiempo. Ella misma tenía problemas para hablar con su familia. Sólo pudo hacerlo tres veces más antes de que las líneas cayesen por completo.

La incredulidad de sus padres ante sus advertencias se desvaneció a la segunda vez que hablaron. El ministro de salud había declarado en cadena nacional que los ciudadanos sólo debían guardar la calma y esperar que los militares limpiaran los focos de contagio, como si fuera una enfermedad común. Sus padres acabaron dándole la razón cuando los mensajes del gobierno se volvieron contradictorios.  La capital estaba en una gigantesca zona roja que debía guardar cuarentena estricta. Su padre quería ir a buscarla y (t/n) quería aceptar, pero prefería que se quedara en casa instalando lo que pudieran necesitar. Sólo por si las cosas se ponían peor.

— El contagio genera patrones de actuación dignos de análisis — decía el hombre de las noticias leyendo un informe —. Los cerebros reaccionan a estímulos como ruidos sobre noventa decibeles. Se sospecha que sus órganos de visión y olfato están alterados, pero reconocen el movimiento cercano y el calor corporal propio de las personas sanas...

Los noticieros comenzaban a calentarse con información que sonaba falsa. Como siempre decían que era culpa de los chinos, los estadounidenses o los rusos. Ya buscaban un nombre para la enfermedad, además de hablar sobre equipos médicos que se dirigían a la capital y contagiados que serían trasladados a hospitales de otras provincias. Un hospital es el peor lugar en este momento, pensó (t/n) al imaginar los enormes grupos de gente histérica. 

La distancia sonaba como una buena idea. Revisó la enciclopedia que estaba en uno de los libreros juntando polvo. Al hojearlo descubrió que un automóvil de ciudad producía poco más de ochenta decibeles sin alcanzar los noventa. 

ᴅ ᴇ ᴠ ᴀ ꜱ ᴛ ᴀ ᴄ ɪ ᴏ ɴ - ʜ ᴇ ᴛ ᴀ ʟ ɪ ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora