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Antes de salir, Gilbert acarició al pollito, dejándolo entrar al bolsillo de su chaqueta justo sobre su corazón. Sus manos sacaron unos anteojos oscuros que contrastaban extrañamente con su piel pálida.

— ¡Estoy listo!

Al saquear la despensa de la casa hallaron comida suficiente para un día, y algunas cosas útiles. (t/n) halló un abrigo que era casi de su talla en un cuarto. No le importó que fuera de hombre, cuando hiciera frío agradecería tener prendas extra.

— Yo también — contestó.

Emprendieron la marcha en silencio, bajo un sol tímido que repentinamente hizo subir la temperatura, obligándolos a despojarse de parte de su ropa. El rostro de (t/n) estaba rosado, lo que movió a Gilbert a ofrecerle ayuda. Parecía soportar bien el calor gracias al protector solar que pulverizaba sobre su cuerpo cada pocos minutos.

— ¿Quieres que cargue tus cosas?

— Mejor lleva las suyas – apuntó hacia atrás —. Parece que está a punto de desmayarse.

— ¿Ah, sí?

Hasta ella podía notar que Roderich estaba hecho para salones elegantes, teatros, cualquier lugar que no fuera ese. A cada paso, un suspiro salía de su boca seguido de una exclamación de miedo. Su mano izquierda sostenía un pañuelo frente a su nariz para bloquear el mal olor, (t/n) pensó que de tener uno lo usaría también. Entre los cadáveres había varios cuyos intestinos manchaban el suelo con excremento tras reventar, otros cuyas heridas supuraban líquidos fétidos. Daba asco mirarlos. No le costaba empatizar con el hombre que sudaba detrás suyo.

— Deberíamos ir más lento — (t/n) materializó el deseo más íntimo del hombre por lástima —. Y podríamos comer algo, ¿no?

Tras caminar un poco más hallaron un sitio aceptable que no estaba demasiado sucio o expuesto. Lo último que querían era una infección.

— Roderich, ¿podrías traer algo de agua mientras nosotros vigilamos? — preguntó (t/n) al notar que sus botellas estaban casi vacías -. Vi un bebedero atrás.

El albino negó con la cabeza, tomando los envases antes de desaparecer. Volvió en cinco minutos con el cabello mojado.

— Él no sabe orientarse — susurró en el oído de la chica —. En Viena siempre se perdía aunque viviera allí. ¡Hasta yo conocía las calles mejor que él! No sabe ni hacerse una taza de café.

— ¿Son austríacos? — preguntó forcejeando con su suéter. Gilbert tenía el mismo acento que ella, aunque Roderich hablaba demasiado bien. Al principio había pensado que era un idiota pretencioso que quería marcar la diferencia con el resto de los mortales, pero desde ese punto de vista tenía sentido.

— Yo soy alemán. También mi hermano, pero hemos vivido mucho tiempo aquí — explicó el albino con una sonrisa deslumbrante.

Nombró un lugar que (t/n) reconocía lejanamente. Desde ese momento no hubo fuerza humana capaz de cerrar su boca. Ni siquiera comía por explicarle que su padre hacía alguna clase de pruebas médicas a diferentes grupos poblacionales para luego enviar los resultados a laboratorios europeos, que contrastaban la información con informes de otros lugares. El hombre viajaba periódicamente a Alemania hasta que su esposa se hartó de esa vida cuando Gilbert tenía doce.

—...entonces nos mudamos. Cuando mamá murió yo tenía dieciocho, así que volví a Alemania con Ludwig. Papá quería que estudiáramos allá. Creo que lo hizo por tacaño porque era gratis — cacareó dándole un codazo —. Igual, tal vez lo hizo porque yo tenía problemas a la vista y...

— ¿Qué tipo de problemas?

— Soy fotosensible. Uso anteojos especiales — señaló las gafas de gruesos cristales —. Alemanes. Podría usar cualquiera, pero estos son buenísimos. También tenía nistagmo. Con la cirugía apenas se nota.

ᴅ ᴇ ᴠ ᴀ ꜱ ᴛ ᴀ ᴄ ɪ ᴏ ɴ - ʜ ᴇ ᴛ ᴀ ʟ ɪ ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora