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Cualquier aficionado a la decoración se habría puesto verde de envidia frente a la hermosa casa del doctor Beilschmidt llena de mullidos sillones rojos y esculturas abstractas, un precioso trabajo en piedra de la chimenea y candelabros de bronce que colgaban del techo. La sala de estar tenía dos grandes ventanas con las cortinas perpetuamente corridas desde la muerte de su esposa, era un cuarto sombrío donde prenderían el fuego por primera vez en años.

- ¿Su madre era albina, chicos? - preguntó (t/n) tomando una de las fotos  -. Era muy guapa. Se parece a Gilbert, pero tiene los ojos de Ludwig.

- No, la albina era nuestra Oma (abuela) - contestó Gilbert soplando las pequeñas llamas con todas sus fuerzas -. Pero Mutti (mamá) era muy pálida y su pelo muy rubio. Necesitaba litros de protector solar y guantes para conducir como yo. ¡Y estaba más ciega que un topo!

- No digas eso, sólo usaba anteojos para leer – gruñó su hermano dándole un fuelle -. Y deja de soplar, el humo te hará daño.

Gracias a su diligencia la casa pasó de helada a cálida mientras en el gris exterior la escasa lluvia se detenía por momentos pero, en cambio, el frío era más intenso. Pese a ello, (t/n) ardía en deseos de explorar los alrededores: en parte, porque sus búsquedas a través de la casa no dieron gran fruto, en parte porque jamás había estado ahí. Quería asaltar las tiendas de souveniers, revisar las cartas y cocinas de los restaurantes, caminar junto al lago e incluso mojar sus pies. Como un turista cualquiera. Le gustaban las bolas de cristal con nieve dentro, pero sólo si tenían nieve blanca, no esa porquería brillante que las convertía en una bola disco de bolsillo.

- ¿No vas sola, cierto? - aunque la mayoría tenía lesiones leves, el dolor de cabeza de Vash y su brazo herido le daban derecho a quedarse y ser atendido -. Porque si es así prefiero ir contigo...

- No te preocupes, va con el más asombroso luchador de su generación - Gilbert se materializó de la nada en la habitación, ignorando la expresión de hastío de Vash -. La protegeré de esas cosas aunque deba dar la vida.

- Eso de que fuiste el mejor no te lo crees ni tú - (t/n) le guiñó el ojo mientras terminaba de ajustarse el abrigo más grande de la casa -. Si te hace sentir mejor Vash, cuando estemos rodeados, arrojaré a Gilbert a los leones y vendré corriendo.

- No te arriesgues a pelear como una tonta. ¿Entendido?

(t/n) asintió, antes de despedirse de Lily con un beso en la mejilla. No sabía qué hacer con Vash, así que se limitó a darle un saludo militar antes de cruzar las puertas.

Aunque afuera todo parecía tranquilo, poco a poco la imagen cambiaba a una más violenta. Cada calle contaba una historia diferente con las barricadas a medio fabricar cubiertas de polvo, restos de cuerpos, suciedad. Un zapatito rosado estaba tirado en medio del desastre, lleno de manchas verdes y pegajosas cuyo olor le provocaba arcadas. ¿Qué habría pasado con su dueña? Debía ser una niña pequeña, muy pequeña.

- Vamos a la farmacia - indicó a Gilbert, mostrándole una vitrina cercana -. No traje bolso, pero tengo bolsillos grandes.

- Espera - el chico metió la mano debajo de su chaqueta -. Siempre traigo una bolsa por si acaso, aunque en Alemania usaba un carro de compras.

- ¿Como los de las abuelas? - soltó una carcajada. Golpeó un par de veces la espalda de Gilbert antes de que él se moviera para revisar el interior. La puerta abierta parecía un agujero que lo tragó por un par de minutos.

- Entra, pero ten cuidado, estuvo a punto de atacarme y fue muy silenciosa - dijo al fin, haciendo notar un pequeño bulto en el piso -. ¿Qué debemos llevar? ¿Un poco de todo? ¿O algo específico?

ᴅ ᴇ ᴠ ᴀ ꜱ ᴛ ᴀ ᴄ ɪ ᴏ ɴ - ʜ ᴇ ᴛ ᴀ ʟ ɪ ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora