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Alfred se asomó por la puerta de la habitación de (t/n) esperando que estuviera dormida. Se llevó una sorpresa al verla sentada sobre un montón de ropa.

— Good morning.

La chica había despertado con un intenso dolor corporal que la obligó a moverse hasta la silla donde acumulaba sus prendas para quejarse a gusto sin despertar a los niños.

— Hola — respondió cerrando el pequeño libro con el que intentaba distraerse. Se levantó, arrepintiéndose en el instante en que Alfred puso sus ojos en ella. Su rostro enrojeció al tomar conciencia del pijama que llevaba puesto. Era rosa, con pequeños animales estampados.

— El desayuno está listo — sonrió Alfred. Era obvio que el pijama le parecía adorable por la forma en que reían sus ojos azules, pero (t/n) no le encontraba la gracia. Tomó una bata para cubrirlo antes de seguirle. En el camino se enteró de varias cosas: aunque ni siquiera eran las 10:00 de la mañana, Alfred había salido con Seamus y Liam a ver si hallaban gente en otras casas. No tuvieron suerte.

— No te agradecí lo de ayer, Alfred — interrumpió al llegar al vestíbulo —. ¿Cómo llegaste tan rápido? Apenas había gritado y ya estabas ahí.

— Oh, salí porque tardabas demasiado — sus mejillas tomaron un ligero color rosa —. Pensé que podías necesitar un hero.

Culminó la frase con una risotada que la sacó de sus casillas. Sólo llevaba un día con esos extraños y ya la habían salvado dos veces. Realmente le molestaba, era casi como estar en deuda con ellos... y (t/n) odiaba deber favores. Solía ser bastante ingenua antes de volverse recelosa, capaz de morir antes de pedir un lápiz prestado. Podían intentar cobrárselo más tarde... pero Alfred no parecía la clase de persona que hacía algo por interés.

Apenas entró a la cocina, el señor Kirkland le alargó los papeles robados. (t/n) los leyó mientras tomaba algo para comer. Muchos carecían de importancia, aunque unos resumían un protocolo sanitario. Cualquier fluido corporal — saliva, vómito, bilis — era peligroso, pero sólo durante los primeros minutos. En cuanto a las mordidas, si no tocaban los vasos sanguíneos principales, se podía proceder a la amputación para salvar el resto del organismo. Los patrones de comportamiento de los contagiados mostraban que mayoritariamente eran torpes y lentos, sólo algunos parecían conservar cierto instinto que los obligaba a actuar como depredadores. Eran rápidos y fuertes, pero carentes de agilidad. Por suerte parecían ser excepciones.

Jamás pensó que podía reunir información útil en poco tiempo. Notó el movimiento de una silla arrastrándose y levantó la vista.

— Entonces, ¿qué harás? — preguntó el señor Kirkland.

(t/n) dudó. Los otros chicos habían desaparecido sin que se percatara.

— No sé — mintió sentándose frente a él —. Podría esperar que limpien la zona.

No era una mentira del todo. Obviamente su idea era volver a casa, pero no quería preparar su partida en plena zona de contagio. Menos con gente — enferma o no — rondando. ¿Qué podía hacer? Necesitaba tomar sus cosas, conseguir algún vehículo y largarse antes de que todo se pusiera peor.

— No hay gente en esta calle. Los chicos revisaron varias casas. Estaban vacías — murmuró el hombre —. O llenas de cadáveres. No puedes quedarte sola en un lugar como este. No lo permitiré.

— ¿Qué quiere decir?

— Ven con nosotros — gruñó en respuesta —. Por lo menos hasta que puedas volver aquí a salvo.

La propuesta la sorprendió. Aceptó al comprender que se lo ofrecía por haber salvado a Peter y Wendy, que mostraban abiertamente lo mucho que ella les agradaba. De ser una persona cualquiera buscando desesperada un refugio, el hombre la echaría a la calle como en las novelas británicas antiguas.

ᴅ ᴇ ᴠ ᴀ ꜱ ᴛ ᴀ ᴄ ɪ ᴏ ɴ - ʜ ᴇ ᴛ ᴀ ʟ ɪ ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora