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Varios ojos seguían el mapa fijado por (t/n) en el muro con cinta adhesiva. Su dedo tembloroso indicó los caminos a su casa, haciendo énfasis donde había visto enfermos.

— No parecen agresivos — murmuró recordando los cuerpos congregados -. Pero son sensibles. Cuando me acercaba se movían.

A partir de la información dedujeron las mejores rutas. No tardaron en armar un plan, y al guardar el mapa (t/n) era la única persona en la habitación. Se sentó en cuclillas sobre el sillón que antes ocupaba la señora Kirkland para descansar mientras los otros se alistaban. Sus ajustados pantalones negros contrastaban con el tapiz. ¿Debería ponerse la ropa suelta y vendarse el pecho nuevamente? Ningún obstáculo se había cruzado en su camino, contaba con compañía. Parecía que había exagerado como siempre. Sin mencionar que no tenía ganas de levantarse.

Los rayos de sol atravesaban las persianas entreabiertas cegándola. Esquivó la luz removiéndose en el sillón. Aún era temprano. Tenían horas antes de que oscureciera.

— ¿En serio te irás? — la suave voz de Matthew la sobresaltó. No había percibido su presencia. Estremeciéndose, se levantó a cerrar las persianas.

— Quiero asegurarme de que los niños estén bien — respondió tirando del cordón.

Kumanjiro dormía. (t/n) acarició el blanco pelaje añorando su hogar como nunca. Quería volver a casa. Necesitaba que los niños desaparecieran de una vez para no tenerlos como una carga en su conciencia: abandonarlos significaba exponerlos a cualquier peligro. Podía ser una egoísta cobarde, pero no tan desalmada para dejarlos morir sabiendo que los esperaban.

— Deberías quedarte — el tímido susurro interrumpió sus reflexiones —. Es peligroso estar afuera.

— Ya sé, Matt. Pero no puedo, es obvio que Kirkland padre no me cree del todo — una sonrisa sarcástica afloró en su boca —. No lo culpo. Ni yo confiaría en mí. ¿Cómo podría quedarme? ¿Como rehén?

— Como una amiga — la débil voz casi se quebró —. Yo confío en ti.

La garganta de (t/n) comenzó a arder, su saliva estaba espesa y pegajosa. Necesitaba urgentemente algo líquido. Se disculpó antes de salir corriendo. Conversar con desconocidos a un nivel tan profundo era una odisea, y la ansiosa mirada de Matthew no ayudaba demasiado.

Oyó la voz de Francis incluso antes de entrar a la cocina. Canturreaba, concentrado en revolver las alacenas. Paró al notar la presencia de (t/n), quien se preparaba para soportar su amabilidad.

— ¿Ya se van, ma chérie? — preguntó sosteniendo una caja —. Está casi listo.

-— No, vine a pedirte algo de agua. ¿Qué está listo?

Francis llenó un vaso con agua fría mientras (t/n) miraba a su alrededor, notando varios envases pequeños y botellas plásticas alineadas sobre la mesa donde habían comido.

— Comida — explicó dándole el vaso —. Agua, bonbons** por si deben estar mucho tiempo afuera.

(t/n) ayudó a Francis a llevar los envases al estacionamiento, donde los padres de los niños hablaban en voz baja. Le sorprendió la cantidad de armas que descansaban en una esquina. Armas reales, capaces de volar los sesos a cualquiera.

— Te toca adelante, (t/n) — la alegre voz de Alfred la hizo voltear mientras Francis se dirigía a uno de los vehículos detenidos.

(t/n) pensó que había algo extraño en su apariencia, pero no supo reconocerlo. Estaba colgando objetos enfundados en un arnés que rodeaba su pecho. Luego se puso una aviadora de cuero con la que los tapó.

ᴅ ᴇ ᴠ ᴀ ꜱ ᴛ ᴀ ᴄ ɪ ᴏ ɴ - ʜ ᴇ ᴛ ᴀ ʟ ɪ ᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora