CAPÍTULO 9

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El corazón se me encoge con esas palabras sinceras. Es un ultimátum que le duele más a él que a mi —o eso parece—. Miro la puerta por la que el camarero tiene que aparecer, después lo miro a él. Impaciente, con el pulso en el cuello marcando los latidos de su corazón a la perfección.

Dejo la servilleta de tela encima de la mesa y me acerco a él con paso vacilante, se separa de su silla y se levanta. Esta vez no le exijo que se quede sentado. Necesito su cercanía y está más que dispuesto a dármela.

Me rodea con los brazos y yo me hundo en su pecho. Noto su mano contra mi nuca y su nariz aspirando el olor de mi cabello. Su aroma es delicioso, inconfundible, no ha cambiado después de todo este tiempo.

—Dios Mia, lo siento tanto... —se le quiebra la voz a pesar de ser un tono duro.

No puedo decir nada porque no se que pensar. Mis sentimientos están tan revueltos que creo que si hablo acabaré mareándome por completo. Me siento exhausta ante todas las palabras que han salido de su boca, incluso el "yo también me alegro de verte" de esta mañana.

El abrazo es interrumpido por el camarero que carraspea incómodo. No sé cuanto tiempo a durado el abrazo, pero parece que no suficiente.

Ambos ocupamos de nuevo nuestros asientos y miramos los platos. No creo que ninguno tenga apetito.

Cojo el tenedor y muevo unas hojas de color verde chillón de un lado a otro mientras pienso como decir lo siguiente.

—Quiero estar a tu lado, pero quiero esperar.

—Esperar a qué —dice confuso.

Ataco otro pedazo, esta vez de una hoja de un color morado intenso y lo muevo al otro lado de la dorada.

—No quiero ponerle nombre, quiero saber que es primero... tendremos límites, pero... —alzo la vista ahora más tranquila—. Quiero que vengas conmigo a los eventos, quiero ir contigo a los tuyos si me lo permites. Quiero salir a cenar contigo y quiero volver a ver el Erik del que me enamoré.

Como un crío en una mañana de navidad sonríe. Luego cuando se da cuenta de ello, cambia directamente a una de gilipollas engreído que me arranca un escalofrío de deseo.

—No quiero exclusividad —añado con tacto—. No voy a pedirte eso, no tengo ningún derecho. Todavía no eres mío y yo todavía no soy tuya.

—Podría debatir eso, pero de acuerdo. Iremos a tu ritmo, soy todo tuyo. Pero... necesito hacer algo...

Se acerca a mi seguro, me levanta de nuevo y una mano en mi cadera acercándome y la otra, cuando estoy cerca de él, en mi nuca. Ansía mis labios tanto como yo los suyos. Calma la sed que teníamos el uno del otro. Sus labios atacan los míos sin piedad, de la manera más dulce que tiemblo. Me aferro a sus brazos con fuerza, él responde, la mano de mi cadera me sujeta más firmemente y me acerca aún más a él. Noto su erección en la parte baja de mi estómago. Cuando gimo, su mano sube hasta mi pelo y lo coge con esa misma impaciencia. Solo están nuestros labios, nuestro deseo, nuestras lenguas hablando por nosotros, apenas sin respirar, apreciando el dulce dolor de volver a besarnos después de tanto tiempo.

—Deseo hacerte mía... —murmura con la voz ronca.

Al salir del restaurante, ambos estamos en una especie de nube extraña. Su mano posada en mi espalda me da a entender lo cómodo que está y mi risa y parloteo continúo, le da una pista que estoy muy a gusto. Chris que nos sigue de lejos ignora por completo a Erik y sus provocaciones. Pero a pesar de la nube, ese matiz extraño que nos acompaña es el no saber como irá todo, ambos estamos en ese punto de nerviosismo.

ESTE ES MI JUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora