CAPÍTULO 16

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Las manos de Erik sobre mi cuerpo. Me arqueo de placer cuando su boca calma las necesidades de mi deseo. Pero no puede calmarme por completo y tampoco quiere porque me está castigando.

Mi cuerpo arde. Tiro de las esposas que malhieren mi piel cuando intento liberarme. Erik, como respuesta a mi intento de liberarme, me azota con fuerza... Y grito extasiada.

—¿Me deseas? —pregunta con ese tono oscuro y misterioso, con voz ronca y sexy.

—Sí.

—Sí que —me azota.

—Sí, amo.

Sin aviso más que su mirada, se acerca con un antifaz en sus manos y lo coloca sobre mis ojos. Pero no acaba ahí. No me habla, pero obedezco cuando sus manos cogen mi muslo y lo rodea con una cuerda.

Hace lo mismo con mi otro muslo y tensa la cuerda, de golpe.

—¡Ah! —jadeo por la súbita fuerza.

Como respuesta, mete su pulgar entre mis labios, le reto. Muerdo con delicadeza y escucho su sonrisa perversa.

Todo es una sorpresa agridulce, como lo que pasa a continuación. Mi cuerpo se alza y la cuerda que oprime mis piernas aprieta
más... y esa forma de atarme, hace que con mis piernas flexionadas, me quede abierta y expuesta a él.

No digo nada porque intento descubrir cuál será su siguiente paso. Pero en estos momentos no sé que hará conmigo.

—Cuenta en voz alta —me susurra al oído.

Alzo azota mi trasero, no es cuero ni piel, parece madera, además de que el escozor se expande unos centímetros en mi nalga derecha.

—¡Cuenta! —vuelve a azotarme con brusquedad.

—¡Uno! ¡Dos!

Para y yo callo sin decir ese «TRES». Sus dedos acarician mis piernas como aviso y llegan a los labios de mi sexo.

Reconozco las bolas chinas cuando las introduce dentro de mí.

Las noto frías y pesadas.

Me azota de nuevo, por sorpresa.

—¡Cuatro! —jadeo.

—Aguántalas, Dagger —me pide con ese tono suyo de depredador.

—S-sí, señor.

Me azota de nuevo y cuento, y así hasta ocho. Y en ese punto, extasiada, pone algo contra mi clítoris y en cuando se enciende, me azota.

Incapaz de contar, me pide que lo haga si no quiero que el castigo vaya a más.

Cuento cómo puedo.

Tan consciente como yo, sabe que estoy a punto de llegar al clímax así que tira de las bolas chinas y se introduce dentro de mí de una estacada.

Suficiente para hacerme llegar aunque le pido que no pare.

Abro los ojos de golpe.

—Oh no.

Me mira con una sonrisa ladeada des de su sillón. Que ahora no mira a la ciudad, si no a la cama, a mí.

—Iba a darte intimidad pero... como has gritado mi nombre, y varias veces —apunta divertido—, he decidido quedarme.

Jadeante, noto el calor subir intensamente a mis mejillas.

—Dios santo, lo siento —tengo la boca seca.

ESTE ES MI JUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora