CAPÍTULO 14

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Estoy en una habitación donde el blanco que predomina es tan cegador que apenas puedo abrir bien los ojos.

Es desesperante no poder ver del todo.

Solo veo una cama de hospital, con las sábanas blancas impolutas y un pitido constante y regular, pero lento.

Entre las sábanas hay un hombre. Está pálido y no quedan apenas rastro de vida ya que el movimiento de su pecho es muy débil.

Veo que levanta la mano y pide que me acerque.

Me acerco con dificultad, al mirar qué es lo que me impide caminar bien es una falda enorme y blanca.

Llevo puesto un vestido de novia.

El hombre de la camilla que apenas tiene vida es Erik.

Me acerco con una horrible necesidad que me oprime el pecho.

Le cojo la mano fría y pálida, débil.

—Es la hora...

—¿Qué?

—Cuida de ella...

Toca mi estómago sobre la tela blanca.

El nudo de mi garganta no me deja respirar. Lloro. Lloro desconsolada.

—Tranquila.

—Erik, espera.

Pero se aleja, él se aleja poco a poco. No puedo cogerle la mano, no puedo hablar porque mi voz se ha apagado.

—¡Erik! —me incorporo de golpe, apenas me doy cuenta del dolor—. Joder ¡Joder!

La puerta se abre con emergencia.

—¿Estás bien?

—¡Kate! —estiro los brazos y responde a mi llamada. Me abraza con cuidado pero noto igualmente ese cariño.

—Hola cielo.

—¿Qué haces aquí?

—¿Yo? ¿Sabe la tropa que tienes ahí fuera? —se mofa.

—¿Tropa?

—Oh si nena, y todos por ti —alza un dedo—. Daniel, Víctor, Erik, Hugo, Oliver, Liam y yo.

—¿Hugo...?

—Sí, el mismísimo Hugo Leal, me he quedado muerta cuando lo he visto, pero dice que es con él con el que te tendieron la trampa y estaba preocupado ¡Es un cielo! ¿Te lo has tirado?

—Bueno, pasamos la noche juntos, o parte de ella.

—¡Oh que maravilla! —sonríe jocosa—. Pues los tienes a todos ahí fuera.

—No es gracioso.

—Claro que lo es, no sabes la competición de testosterona que hay... ¡Es súper divertido! lo mejor es ver cómo Oliver los calla a todos, uno por uno.

—Ay Dios... —me incorporo en la cama—. Kate no es divertido.

—¡Pero si te ríes solo de imaginarlo! —se mofa.

—No es verdad... —mi risa se ahoga con el dolor al ponerme sentada.

—¿Cómo estás? ¿Me lo puedes explicar...?

Se lo cuento todo. Incluso la amenaza de lo que podría pasar la siguiente vez que me quede a solas con un hombre de Mc Mad.

—No va a... —niega.

ESTE ES MI JUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora