Capítulo 4: Lo racional es lo correcto

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Caminaba por la vereda en dirección a mi trabajo, cuando me fijé en una mujer con un enorme sombrero tejido que empujaba un cochecito

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Caminaba por la vereda en dirección a mi trabajo, cuando me fijé en una mujer con un enorme sombrero tejido que empujaba un cochecito. Bajé la mirada y un precioso bebé sonriente movió sus pequeños brazos en mi dirección. Me detuve ante el tierno pequeño que parecía querer saludarme.

—Aww, mira a este bebé, es muy hermoso—subí la mirada. —Felicitacio... —mis palabras quedaron congeladas al darme cuenta de quien se trataba. —¿Samantha? ¿Qué...?

—Tú lo abandonaste—murmuró sin apartar la vista del bebé. —¿Ahora piensas que es hermoso?

—Yo... —bajé la mirada nuevamente, pero ahora ya no estaba ahí. —¿Y el bebé?

—No te necesitamos, Harry, eres un fracaso.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar su tétrica y escandalosa risa.

—¿Dónde está el bebé?

—¿En dónde quieres que esté?

Luego de esas palabras, desapareció. La calle se oscureció por completo y luego, solo hubo silencio. Silencio absoluto, hasta que escuché el gargajeo de un bebé, y luego otro y otro... De repente, habían cientos de bebés flotando a mi alrededor, riendo, llorando y entonces, la risa de Sam otra vez, esa risa maquiavélica.

—Basta, basta—cubrí mis orejas con ambas manos, mientras cerraba mis ojos con fuerza, pero los ecos eran igual de escandalosos.

—Pero Harry—abrí mis ojos y Samantha estaba frente a mí. —Si solo somos parte de tu imaginación—sonrió ampliamente. —Tu renegaste de nosotros... —su rostro se puso serio nuevamente antes de decir. —De él.

—¡No! —grité sentándome sobre mi cama y apartando las sábanas. Limpié el sudor de mi frente con el antebrazo mientras trataba de regular mi respiración.

Había sido una pesadilla espantosa.

Me levanté para ir a la cocina de mi amplio apartamento y, una vez ahí, tomé dos vasos de agua antes de sentarme en uno de los taburetes del mesón de granito. Recosté mi cabeza sobre las palmas de las manos antes de suspirar.

Luego de que Samantha cerrara la puerta en mi cara, hacía dos semanas ya, dejando muy en claro que no hacía falta que estuviera presente, tenía repeticiones de estos sueños locos y absurdos. Estaba claro, yo no quería hijos, pero ahora que sabía que... bueno, que tendría uno, el fantasma de él me perseguía y estaba seguro que me perseguiría por el resto de mi vida.

Lidiar con esto era una completa mierda y nada parecía estar claro, ni siquiera estaba conforme con mi decisión, pero tampoco me arrepentía completamente de haberla tomado; es decir, mi infancia fue bastante complicada, gritos y peleas eran el día a día y luego en la adolescencia tuve que lidiar con la inestabilidad de mi madre, con mis hermanas... Me convertí en un buen hombre (o por lo menos me consideraba uno), luego de luchar contra los fantasmas de mi pasado y la realidad de mi familia y lo que representaba para ella, pero para llegar ahí había sufrido mucho, fui un imbécil con mayúsculas y nunca me sentía conforme con nada. Y por supuesto, estaba ese vacío que había dejado mi padre y su familia la cual nunca nadie llenaría, aunque ahora no me hacía falta (de joven había sufrido más por ello), sabía lo que significaba que no importaras aún cuando debías hacerlo.

Sorpresa Agridulce Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora