Capítulo 21: Darte de mi alma

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Después de que Samantha se marchara sin decirme a donde, y sin poder contactarla puesto que había cambiado su número de celular (ya que luego de haber tenido un mal día e intentar llamarla para hablar como antes, saltó una contestadora informando ...

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Después de que Samantha se marchara sin decirme a donde, y sin poder contactarla puesto que había cambiado su número de celular (ya que luego de haber tenido un mal día e intentar llamarla para hablar como antes, saltó una contestadora informando que el número no pertenecía a ningún usuario), me enfrasqué en una rutina la cual consistía en llenarme de trabajo y pasar tiempo con mi hija a partir de las seis de la tarde que iba a recogerla a casa de mi madre, sin embargo, todavía me sentía agobiado y el peso de todas las responsabilidades y el miedo que había quedado en mi pecho luego de que Michelle muriera no se iba. Había pasado un año desde entonces, desde que me había pedido que la internara porque sabía que moriría y no quería que nuestra hija lo viera, pero a veces sentía como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante, la culpa de no haber podido lograr más vivía latente en mi día a día, ver a Madeline crecer era el constante recordatorio de que si hubiera hecho más, tal vez haberla llevado a otro país con estudios más avanzados sobre el cáncer para tratarla, podría haber logrado que estuviera aquí con nosotros, con su hija, sana y disfrutando de la vida.

—No entiendo por qué rechazas al psicólogo.

Comentó mi madre cierto día, el cual me había insistido en que entrara a tomar algo en su jardín, a pesar de que lo único que quería hacer era agarrar a mi hija e irnos a casa.

—No necesito que nadie me diga qué hacer o cómo lidiar con mis problemas y emociones.

La escuché suspirar, dejando su taza de té sobre la mesita frente a nosotros para voltear a verme, sin embargo, yo no apartaba la mirada de mi pequeña niña que jugaba con las flores de su jardín mientras murmuraba, seguramente se imaginaba en su propio mundo de fantasía.

—Harry, hijo, está bien pedir ayuda, tú mismo se lo dijiste a Samantha en su momento, ¿por qué contigo es diferente?

Apreté la mandíbula, volteando para observarla cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Ella y yo no tenemos los mismos problemas.

—Exacto—frunció el ceño. Se estaba comenzando a molestar, pues bien, éramos dos. —Por eso mismo debes tratar tus propios problemas con alguien que pueda ayudarte a lidiar con ellos—me señaló con su dedo índice. —¿Crees que no me doy cuenta? Eres mi hijo, sé cuando algo te molesta, cuando no estás del todo bien, por eso le dijiste a Samantha que no podías estar con ella, ¿no es así? No estás pasando por un buen momento...

—Hannah—advertí, ella me ignoró.

—Así que estoy orgullosa de ti por no pedirle que se quedara solo para hacerla sufrir, pero me estoy decepcionando mucho de que creas que con el pasar de los días te sentirás mágicamente bien solo porque sí—pude ver sus ojos cristalizarse, por lo que tuve que apartar mi mirada de la suya. —Porque está bien sentirse derrotado, Harry, está bien admitir que te sientes ahogado—traté de pasar el nudo que me obstruía la garganta mientras continuaba escuchando. —Lo que está mal, es que no quieras admitirlo y te hagas el fuerte.

Sorpresa Agridulce Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora